El fascismo constituye un fenómeno complejo que
adquirió diferentes características según los países. Un ejemplo controvertido
es el “franquismo” (España) que, si bien compartió con el fascismo y el
nacionalsocialismo importantes rasgos, tuvo algunos elementos diferenciadores
(especialmente el peso de la Iglesia Católica) con respecto a los regímenes
italiano y alemán.
No obstante, podemos distinguir una serie de rasgos
comunes al fascismo:
Totalitarismo
El estado
fascista fue un estado totalitario. El gobierno y la burocracia estatal
trataron de intervenir en todos los ámbitos de la vida, coartando la libertad
de los individuos. El estado trató de controlar la escuela, la juventud, la
vida laboral y empresarial, el mundo femenino, los medios de
comunicación…
A
diferencia del estado liberal, sustentado en la libertad individual, en el
fascismo las personas se subordinaban plenamente al estado. Un estado que se
fundamentaba en la fuerza, el liderazgo y la jerarquía, ejerciendo un
absoluto control de la sociedad.
El
partido oficial era la única organización política permitida. El partido
(fascista, nacional-socialista) fiscalizaba y regulaba la acción del estado con
el cual llegó a confundirse.
Antiliberalismo
Para los
ideólogos fascistas el liberalismo era una ideología débil, incapaz de frenar
al auge del comunismo e ineficaz para mantener el rumbo de una economía
sometida a una profunda crisis en el período de entreguerras.
La
democracia y el sufragio universal fueron considerados métodos artificiales e
inútiles que intentaban igualar la natural desigualdad entre los hombres.
La
libertad, encarnada en los derechos de expresión, asociación o reunión fue
contemplada con absoluto desdén por una ideología fascista que defendía los
conceptos de jerarquía, disciplina y obediencia.
Los
partidos políticos eran elementos que llevaban al desorden y a la desmembración
social y por consecuencia, en aquellos países donde el fascismo alcanzó el
poder, fueron ilegalizados y perseguidos. El estado fascista se basó en un
único partido bajo el liderazgo del jefe o caudillo.
El fascismo tuvo en su origen un carácter
anticapitalista. El término nacional-socialista es una reminiscencia de esos
inicios.
Sin
embargo, especialmente en el caso alemán, el capitalismo se identificó con losfinancieros
y banqueros judíos, calificados como elementos degenerados de la burguesía. La
propaganda fascista trató de distinguir entre la figura del gran capitalista,
sinónimo de usurero corrupto, y la del empresario, honrado, laborioso y
solidario con la comunidad.
El
anticapitalismo fascista tuvo su mayor expresión en la organización corporativa
del mundo del trabajo. Empresarios y trabajadores fueron obligados a pertenecer
a sindicatos obligatorios, controlados por el partido único. Los trabajadores,
que perdieron sus sindicatos libres, fueron los grandes perjudicados de esta
reorganización del mundo laboral.
Sin
embargo, a pesar de la palabrería propagandística, Hitler, Mussolini y otros
dictadores fascistas recibieron el apoyo del gran capital en su ascenso al
poder. Y una vez alcanzado éste, la alianza con los grandes empresarios se
estrechó aún más, hasta constituirse en la columna sobre la que se vertebró la
economía.
Antimarxismo
La lucha
de clases, elemento clave en la visión marxista de la sociedad, chocaba frontalmente
con la ideología unificadora, nacionalista y totalitaria del fascismo. Los
grupos paramilitares fascistas, los “squadristi” o “camisas negras” italianos,
los SA o “camisas pardas” alemanes, hostigaron desde un principio a las
organizaciones socialistas, comunistas y anarquistas. Los sindicatos y partidos
de izquierda fueron inmediatamente ilegalizados y perseguidos al acceder al
poder los fascistas y nacional-socialistas.
La
furibunda actitud fascista contra las organizaciones obreras le granjeó a Mussolini y Hitler la
simpatía de muchas clases medias que veían con pavor la posibilidad de una
revolución comunista en sus países.
Autoritarismo
y militarismo
El
fascismo concebía la sociedad como una organización militar. En ella cada
individuo debía ocupar un lugar determinado y desarrollar una función
específica. La jerarquía, el mando y la disciplina debían regir el
funcionamiento social. No había lugar para discrepancias o disensiones.
Cualquier desobediencia se debía
solucionar por la violencia.
Así, los
partidos fascistas organizaron desde un principio grupos paramilitares
uniformados, los SA nazis, los “camisas negras”, que desde un principio
aplicaron la violencia terrorista a la actividad política.
Al llegar
al poder el fascismo y el nacional-socialismo potenciaron el papel de las
fuerzas armadas, esenciales para poner en práctica sus planes de expansión
territorial. El espíritu militar impregnó completamente la sociedad: los
grandiosos desfiles militares se hicieron cotidianos, los jóvenes fueron
educados en los valores castrenses, los saludos y uniformes proliferaron…
En
concordancia con la exaltación de lo militar, el fascismo promovió los “valores
masculinos”. El papel de la mujer quedó relegado al rol tradicional de madre y
esposa.
Nacionalismo
exacerbado
Los
fascismos organizaron su visión totalitaria en torno al concepto de nación. La
unidad nacional en torno al estado, al partido único y al líder será la máxima
aspiración de la ideología fascista. Este nacionalismo extremo tomó diferentes
formas en los distintos países.
El
nacionalismo de los partidos fascistas derivó inmediatamente en sueños
expansionistas. Mussolini
soñó con resucitar la antigua Roma y unificar el mediterráneo, “il mare
nostro”, bajo la hegemonía italiana. Hitler imaginó,
y esta ensoñación trajo consecuencias siniestras, con un nuevo III Reich, el
tercer imperio alemán, bajo la dirección de la raza superior germana. Incluso
Franco se permitió proclamar la vuelta al imperio, exaltando la España de los
Reyes Católicos y los primeros monarcas Habsburgo.
Liderazgo
de un jefe carismático
Los
partidos y, posteriormente, los estados fascistas se organizaron en torno a la
figura de un jefe ("Duce, Führer, Caudillo") con poderes absolutos
sobre el partido, el estado y la sociedad. El eslogan italiano "Il Duce ha
sempre ragione" (el Duce siempre tiene razón) explica por sí solo esa
postura irracional de obediencia absoluta al líder.
El jefe
estaba dotado de un especial carisma que hiciera que su personalidad
sobresaliera sobre los demás mortales. Este carisma fue alimentado a través del
culto a la personalidad. Un culto alimentado por una propaganda sistemática de
exaltación del líder. En este sentido el fascismo se hermana perfectamente con
el estalinismo.
Empleo de
la propaganda y el terror
Los
regímenes fascistas pusieron gran empeño en controlar los medios de
comunicación, especialmente, la radio y la prensa. Tras abolir libertad
de expresión y perseguir a cualquier medio que se atreviese a desafiar esta
prohibición, los gobiernos fascistas utilizaron masivamente la propaganda para
inculcar los valores de su ideología. La gran figura en la manipulación de la
verdad y la propaganda alienante fue el ministro de propaganda nazi,
Joseph Goebbels.
A los que
no se dejaban convencer por la manipulación informativa, el fascismo reservaba
el empleo sistemático del terror, desde la amenaza hasta la reclusión en campos
de concentración y el asesinato.
Racismo
La
ideología fascista era totalmente contraria a la idea de igualdad (entre los
seres humanos, entre los sexos, entre las naciones). En este sentido, el
fascismo y, muy especialmente, su versión alemana: el nacional-socialismo fue
una ideología radicalmente racista.
El
nazismo se basaba en una visión racial de la humanidad en la que las razonas
superiores, en la cúspide entre ellas la raza aria germana, debía de dominar y
esclavizar a las razas inferiores (los eslavos especialmente). Punto y aparte
lo constituía lo que los nazis denominaron “infrahombres”, el pueblo judío.
El
antisemitismo constituyó el eje central de la ideología nazi. Desde el
hostigamiento se pasó a la discriminación jurídica (Leyes de Nuremberg, 1935),
para llegar durante la segunda guerra mundial a la “solución final” del
problema judío. Un eufemismo para referirse al exterminio de seis millones de
judíos de la Europa central y oriental.
El pueblo
gitano sufrió también una brutal persecución por parte del nazismo alemán.