GRUPO
1
Siglos
XIX y XX: Asia, África y Oceanía
Asia
Los
europeos en India: PRIMERA FASE
En la
colonización inglesa de la India, a partir de los establecimientos de Madrás,
Bombay y Calcuta, y desde la segunda mitad del siglo XVIII, se distinguen dos
fases: la primera, entre 1757 y 1857, y la segunda, desde 1858 hasta 1935.
Durante la primera se producen dos hechos fundamentales: en primer
lugar, la decadencia del imperio mongol (1712-1754) que, al desaparecer, deja a
la India dividida, y en segundo lugar, la formación de la India británica,
cuyas causas están en la rivalidad colonial entre Francia e Inglaterra,
resuelta a favor de los ingleses al interrumpir la comunicación marítima entre
la India y Francia.
Con
las guerras de expansión sobre la India entre finales del siglo XVIII y
comienzos del XIX, Inglaterra consolidó su presencia en el subcontinente hindú.
La expansión en 1815-1818 dio a Gran Bretaña el dominio de la India, pero dejó
en una situación de semiindependencia a algunos principados indios, no se
aplicó en el Punjab o a las fronteras del noroeste y no definió la frontera oriental.
Estas guerras de expansión son principalmente cuatro: en 1801 quedó
controlada toda la India meridional; entre 1802 y 1818 se produjo la imposición
del orden británico en India central con la conquista del país de los mahratas;
en 1849, con la conquista del Punjab, se aseguraron las fronteras del noroeste,
y entre 1824 y 1852 se registró la expansión en la frontera del este con la
conquista de la baja Birmania. Además, en 1796 los ingleses habían dominado
Ceilán con el desplazamiento de los holandeses.
La
expansión supuso la incorporación de nuevos estados a la India británica. En
1801 toda la India al sur de Goa y del río Krishna pasó a ser gobernada por los
ingleses, con excepción de Mysore, Travancore y Kochi, ligadas a Inglaterra por
tratados subsidiarios.
La
colonización del sur permitió estrechar las relaciones con estados indios en el
Indostán, el Decán y la India occidental. En 1801, y antes en 1797, Audh tuvo
que firmar tratados que lo reducían a la condición de estado dependiente. La
guerra de los mahratas, de 1802 y 1805, aportó grandes territorios que incluían
a Cuttack, el Doab, Delhi, Agra y otras zonas del Decán y Gujarat.
Entre 1805 y 1812 el proyecto de Wellesley, gobernador de la India entre
1797 y 1805, que aspiraba a imponer la «Pax Britannica», quedó en suspenso
mientras Inglaterra se aseguraba el control del océano Índico frente a los
franceses y los holandeses.
El
proyecto fue reconsiderado después de 1812 por el nuevo gobernador general,
lord Hastings, que, entre 1816 y 1818 capitaneó las mayores expediciones
militares de la historia de la India. En 1818 los mahratas fueron vencidos y
lord Hastings impuso un acuerdo basado en que debían anexionarse todo el
territorio necesario para garantizar su seguridad, pero en las otras zonas
debían permanecer en el trono los soberanos indios, siempre que hubiesen
firmado tratados comprometiéndose a aceptar a los británicos y a la protección
de las tropas inglesas.
Los
pequeños estados de los rajputas fueron vinculados mediante varios tratados,
pero no fueron obligados a aceptar guarniciones de tropas británicas. La
organización territorial de la India quedaba completada y Gran Bretaña
gobernaba o controlaba hasta los confines del Punjab y el Sind.
Hacia 1818 existía una distinción fundamental entre la India británica,
que englobaba a las regiones propiedad de la Compañía de las Indias Orientales,
y el resto. La primera era gobernada directamente, a través de funcionarios de
la compañía, y el resto por medio de soberanos indios, controlados por
tratados, tropas y consejeros residentes.
La
ocupación de la India tuvo repercusiones de decisiva importancia para el futuro
desarrollo de los imperios coloniales europeos. A Gran Bretaña se le planteó el
problema de la seguridad de la India, que resolvió mediante una expansión por
el norte y el noroeste, hacia Afganistán, y por el noreste, hacia Birmania y el
sureste asiático. La India constituyó el núcleo a partir del cual se desarrolló
el nuevo Imperio Británico y fue la primera gran posesión europea que no
constituyó una colonia en el verdadero sentido del término.
A
mediados del siglo XIX se reactivó la expansión británica sobre la India con la
incorporación de los estados indios que quedaban, después de que Coorg y Mysore
lo hicieran en 1831. El gobernador general, lord Dalhousie, nombrado en 1848,
prefería un gobierno inglés directo más que el de los soberanos locales, y así
se aseguró los estados de Satara, Jaipur, Sambalpur, Baghat, Udaipur, Jhansi y
Nagpur. En 1856 fue absorbido el estado musulmán de Audh y Haiderabad se vio
obligada a ceder Berar.
Las
fronteras del noroeste constituían una de las principales preocupaciones de los
británicos por la necesidad de controlarlas como medida de seguridad: su punto
clave era el Punjab, que aseguraba el acceso a Afganistán. En 1845 los sijs
atacaron los territorios situados más allá del río Sutlej, donde fueron
derrotados. Una tentativa de crear un estado sij bajo protección inglesa
fracasó, y la revuelta de 1848 también fue aplastada; al año siguiente, el
Punjab fue anexionado a la India británica.
El
Sind, que estaba formado por una pequeños estados ligados a Inglaterra, pero
independientes, también fue absorbido, pues era una buena vía de acceso a
Kabul. En 1842 los estados de Karachi, Sukkur y Dukkur quedaron definitivamente
anexionados.
Entre 1839 y 1842 los ingleses trataron de asegurarse el control de
Afganistán, pero no lo lograron. Otra segunda tentativa fallida se llevó a cabo
entre 1868 y 1880, pero dio como resultado la imposición de un protectorado
sobre Beluchistán y la anexión de Quetta.
En
1815 Birmania estaba gobernada por la dinastía Konbaung, que ambicionaba crear
un imperio propio en el sureste asiático. Años antes, en 1782, Birmania había conquistado
Arakán, en el límite con Bengala, que Birmania decidió conquistar, así como
Assam. Éste fue ocupado en 1817 y en 1824 los birmanos atacaron Cachar con la
intención de invadir Bengala a través de Chittagong.
Con
el fin de impedir la realización de los planes birmanos, en 1826 los ingleses
desembarcaron en Rangún y conquistaron Amarapura, y mediante el tratado de
Yandabo se aseguraron el control de Arakán, Tenaserim, Assam y Manipur. Tras la
ocupación de Pegu en 1852 toda la baja Birmania quedó bajo control británico,
por lo que la alta Birmania quedó aislada tanto de la India como del mar.
Así,
a mediados del siglo XIX toda la India había sido colonizada por Gran Bretaña y
era administrada por la Compañía de las Indias Orientales, cuyo dominio se
ejercía de dos maneras: las colonias, bajo administración directa, y los
protectorados, a través de las alianzas. Pero en 1857-1858 se produjo la
rebelión de los cipayos, o soldados indígenas, cuyo sometimiento por los
ingleses supuso el comienzo de una nueva etapa colonial.
La
rebelión comenzó con un levantamiento militar en Mercut, en mayo de 1857, y con
la toma de Delhi, y terminó con la caída de Gwalior, en junio de 1858. Las
consecuencias del motín fueron importantes para ambos lados: los ingleses
realizaron cambios en la política y en la administración, en el ejército y en
las finanzas, así como en el gobierno de los estados indios, mientras que la
sociedad india quedó más integrada bajo la administración británica.
GRUPO
2 LA INDIA: SEGUNDA FASE
La segunda fase, de 1858 a 1935, es el período
del apogeo imperial británico en la India, que inicia una nueva administración
colonial: Inglaterra dio el Acta del Gobierno de la India (1858) por la que se
suprimía la Compañía de las Indias Orientales y se imponía la administración
directa de la Corona, que ejerce el gobierno a través de un virrey en Calcuta y
de la secretaría de la India en Londres, y proclama a la reina Victoria I
emperatriz de la India en 1877.
No
obstante, las rivalidades coloniales llevaron a nuevas anexiones. En primer
lugar, ante Francia, se produjo la conquista de la alta Birmania en 1885-1886.
Francia se había asegurado el control de Indochina y la corte birmana esperaba
el apoyo francés para liberarse del dominio británico. Y ante Rusia, tras la
acción en Afganistán, en 1880, y en Tíbet, en 1904, se firmó el tratado
anglo-ruso de 1907 que establecía el reparto en zonas de influencia entre ambos
países en tres regiones limítrofes de Asia central: Persia, Afganistán y Tíbet.
Por otra parte, en 1887 los británicos establecieron su protectorado sobre las
islas Maldivas.
La
India se convirtió en un gran productor de materias primas y en un amplio
mercado de consumo. Bajo el dominio de la Corona británica, especialmente desde
1858, y bajo la protección de la «Pax Britannica», se iniciaron en la India
importantes cambios. En 1835 se impuso como base exclusiva de la enseñanza
secundaria y superior la lengua y cultura inglesas, lo que determinaría la
reflexión política, la filosofía, al arte y la literatura.
Dentro del proceso de confrontación entre la India y Occidente, se llegó
a una renovación del hinduismo y a diversos intentos de reconciliar la cultura
occidental moderna con las doctrinas hinduistas sometidas a una nueva
interpretación. De un proceso similar nació el nacionalismo indio, que desde la
segunda mitad del siglo XIX puso el acento sobre la originalidad religiosa y
cultural de la India, así como sobre la autonomía económica y política.
El
contacto con la cultura occidental condujo a examinar de forma crítica y a
tomar conciencia de que el hinduismo tradicional contenía muchos elementos
superados. Ya en 1828 Ram Mohan Roy (1772-1833) había fundado un movimiento
reformista, el Brahma Samaj, y en la segunda mitad del siglo se formaron
asociaciones que lucharon contra las costumbres más retrógradas y se
enfrentaron a la ortodoxia.
Para
la coordinación de estos movimientos M. G. Ranade (1842-1901) fundó las Indian
National Social Conferences, que se reunieron anualmente desde 1887. Además, se
intentó despertar la voluntad de igualdad religiosa y social y de unidad
nacional entre los hindúes de todas las sectas y castas, a fin de cubrir una de
las principales lagunas del hinduismo: la ausencia de un dogma religioso común
y de una instancia superior reconocida por todos.
Un
movimiento renovador del hinduismo es la Misión Ramakrishna, fundada en 1897, y
que toma su nombre de un santón bengalí que vivió entre 1834 y 1886. Otro
importante movimiento reformista del hinduismo es el Arya Samaj, fundado en
1875 por el brahmán Dayananda Sarasvati (1824-1883), que propugnaba el
nacionalismo y la agitación antibritánica.
Al
mismo tiempo se inició el enfrentamiento político contra la soberanía
británica. Los movimientos más activos surgieron en Bengala y Maharashtra, y un
poco más tarde también en Punjab. El más importante fue el Indian National
Congress, fundado en 1885 por miembros de la pequeña clase media urbana que
habían recibido una formación inglesa. Según el programa fundacional, el INC
aspiraba a «la consolidación de la unión entre Inglaterra y la India», pero
«cambiando las condiciones que para la India son injustas o perjudiciales».
La
situación de la India británica se mantuvo sin grandes cambios durante los
últimos años del siglo XIX y primeros del XX, hasta que estalló la crisis por
la partición de Bengala, decretada en 1905, que inició una nueva fase en la
historia de la colonia británica.
GRUPO
2 Malasia
Al
mismo tiempo que se desarrollaba la expansión inglesa en la India, se produjo
la colonización británica de Malasia, en el sureste asiático. Los ingleses
establecieron, entre 1819 y 1824, sus primeras colonias en Penang, Malaca y
Singapur.
La península de Malaca estaba formada por estados
menores, los piratas infestaban la costa y los residentes chinos se lamentaban
de que los ingleses no protegiesen su tráfico ni sus minas de estaño. A partir
de 1867, cuando la oficina colonial asumió el control de los establecimientos
de los estrechos (Penang, Malaca y Singapur), los británicos se decidieron a
intervenir.
En 1874 fue firmado con los jefes más
importantes de Perak el compromiso de Pangkor, que obligaba al pretendiente en
la sucesión al sultanato a acoger a un residente británico. Acuerdos similares
fueron firmados, en ese mismo año, con Selangor y Sungei Ujong; en 1888, con
Pahang; en 1895, con el resto de Negri Sembilan, y en 1909 con Kedah, Perlis,
Kelantan y Trengganu. Johore aceptó un consejero británico en 1914.
Gran Bretaña obtuvo la completa soberanía de
Sarawak en 1846, año que se aseguró la isla de Labuán como base para repostar
carbón en la ruta hacia China. Borneo siguió siendo independiente, pero los
holandeses pronto impondrían su control por toda la región, excepto en las
posesiones británicas citadas y en las del sultán de Brunei, que a su vez se
transformó en protectorado británico en 1888.
Sobre el más extenso y complejo de estos
territorios, Malasia, Inglaterra creó, en 1895, la Federación o Unión Malaya,
que administraba como un protectorado.
GRUPO 3
El sureste asiático
A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX
Indonesia estaba constituida por una gran diversidad de pequeños estados. Los
principales dominios territoriales holandeses eran Java y Ceilán, que pasó a
poder de los ingleses en 1796. Holanda mantenía el control del resto de las
islas y archipiélagos de Indonesia gracias a los tratados con los estados
indígenas, gobernados por la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, y que
dependían de la capital, Batavia. La compañía entró en crisis hacia 1795 y los
territorios indonesios pasaron a ser gobernados por la Corona holandesa.
El final de las guerras napoleónicas y la
resolución de los conflictos territoriales con Gran Bretaña, en 1824, dejaron a
Indonesia dentro de la influencia de Holanda. Tres factores llevaron a la
ocupación holandesa de Indonesia: la piratería, las rebeliones de los soberanos
indonesios y los intereses económicos de los ciudadanos holandeses.
En 1882 Java se encontraba ya bajo la
soberanía de Batavia, mientras que los dos estados supervivientes, Jogyakarta y
Surakarta, habían perdido gran parte de sus territorios y nada contaban
políticamente. Bali fue anexionado en 1850, parte de las Célebes en 1858-1859 y
el sultanato de Bandjarmasia, en Borneo, en 1859-1863. Sumatra cayó bajo el
dominio holandés, aunque la guerra duró hasta 1908, con Atjeh, el último estado
superviviente.
A comienzos del siglo XX los holandeses
ejercían ya su plena soberanía sobre Java, Borneo -excluidas las zonas
británicas-, Sumatra, Célebes, Molucas, parte de Nueva Guinea, Timor y la
mayoría de las islas menores.
GRUPO
3 Indochina
Entre finales del siglo XVIII y comienzos del
XIX el estado más importante era el reino de Vietnam, sumido en un conflicto
civil. En esta lucha se impuso Nguyen Anh que, en 1788, se apoderó de Saigón y
consolidó su posición con la conquista de Hué, en 1801, y de Hanoi, al año
siguiente. En 1802 se proclamó emperador de Vietnam, y dos años después recibió
la investidura del emperador de China.
Bajo Nguyen Anh y durante los primeros años de
su sucesor, Minh Mang (1820-1841), Vietnam disfrutó de paz y prosperidad. La
capital estaba en Hué, ciudad fortificada, en cuya construcción y
embellecimiento tuvieron una parte importante ingenieros franceses. Se permitió
a los misioneros católicos trabajar libremente y en 1819 se restablecieron las
relaciones comerciales entre Vietnam y Francia.
Las misiones en Indochina habían sido creadas
a finales del siglo XVIII, cuando el misionero francés Pigneau de Behaine
estableció contactos con el rey de Vietnam y obtuvo privilegios para los
misioneros franceses en Cochinchina. Durante la segunda mitad del reinado de
Minh Mang empeoraron las relaciones con los franceses, sobre todo durante la
primera guerra anglo-birmana.
Los
siguientes emperadores, Thieu Tri (1841-1848) y Tu Duc (1848-1883), orientaron
su política hacia la eliminación del cristianismo en su reino, pero Napoleón
III decidió afirmar la influencia francesa en Vietnam. En 1858-1860 el delta de
Saigón fue ocupado por tropas francesas y en 1862 Tu Duc se vio obligado a
firmar un tratado con Francia que no sólo aseguraba la tolerancia religiosa,
sino que le concedía la soberanía de las tres provincias orientales de
Cochinchina, incluidas Saigón y la isla de Poulo Condor.
A partir de este núcleo se desarrolló la
ocupación francesa del resto de Annam, primero, y de Tonkín, Camboya y Laos,
los otros reinos de Indochina, después. En 1874 se firmó otro tratado por el
que Annam se convirtió en protectorado francés y Cochinchina en colonia.
Tras la guerra franco-china de 1882-1884, y
por el tratado de Tientsin (1885), Francia obtuvo la soberanía de Tonkín. Ya en
1863 Francia había establecido su protectorado sobre Camboya, que fue ocupada
tras una rebelión en 1884-1886. Desde ese momento, Francia tenía protectorados
sobre Annam, Camboya y Tonkín, mientras que Cochinchina sería una colonia.
Para administrar estos territorios Francia
creó, en 1887, la Unión Indochina, integrada por la colonia y los protectorados,
a los que se unió en 1896 el reino de Laos, también como protectorado.
A partir de 1890 Siam fue, entre Asia del
sureste y Asia meridional, un estado independiente de importancia para las
potencias europeas rivales. Los ingleses no deseaban anexionárselo, pero los
franceses querían asegurarse el control de Indochina con la ocupación de Laos,
que estaba bajo la soberanía de Siam.
En 1892 Francia propuso a Gran Bretaña una
línea de demarcación que habría proporcionado a Francia el territorio situado
al este del río Mekong; es decir, habría incorporado casi todo Laos a Indochina
y hubiera llevado los dominios franceses hasta la frontera de Birmania. Gran
Bretaña no podía aceptar esta expansión de los dominios franceses, y en 1893
Francia envió tropas a Laos y al río Menam con intención de extenderse a Siam.
Las exigencias francesas consistían en la
cesión total del territorio siamés al este del Mekong, incluida la mayor parte
de Laos, así como la devolución de las antiguas provincias camboyanas de Battambang
y Angkor.
En 1896 se firmó un tratado anglo-francés por
el que Inglaterra reconocía el control francés sobre Laos y se garantizaba la
independencia de Siam. Este entendimiento anglo-francés fue consolidado por el
tratado entre Francia e Inglaterra de 1904, el tratado franco-siamés de 1907,
que resolvió cuestiones de límites, y el tratado anglo-siamés de 1909, por el
que los ingleses se aseguraron el control de los dominios malayos de Siam.
GRUPO
4 Siam
A
finales del siglo XVIII el reino de Siam estaba unificado bajo el gobierno del
general Paya Tak, al que sucedió en 1782 el general Phraya Chakri, coronado
como Rama I y fundador de la dinastía Chakri. En 1809 le sucedió su hijo, Rama
II, que estableció acuerdos comerciales con Portugal y Gran Bretaña. Bajo Rama
III (1824-1851) y Rama IV (1851-1868) Siam inició un proceso de reformas sin
perder su independencia. En 1855 se estableció un nuevo tratado de amistad y
comercio con Gran Bretaña, al que siguieron otros con países occidentales. Rama
V (1868-1910) incentivó las reformas y consiguió, a finales del siglo XIX, un
estado moderno que iniciaba sus diferencias con Francia por su expansión en
Indochina.
GRUPO
4 La expansión rusa en Asia central
La expansión rusa por Asia se orientó
principalmente en tres direcciones: por el sur, hacia el Cáucaso; por Asia
septentrional, hacia el Pacífico, y por Asia central.
La expansión hacia los territorios situados
entre los mares Negro y Caspio, por el Cáucaso, le hizo entrar en conflicto con
Turquía y lograr la incorporación de Kuban, Daguestán, Georgia (1878) y norte
de Armenia, región donde se construyó el ferrocarril transcaucásico.
Hacia Asia septentrional, desde el siglo XVI,
se estaba produciendo la expansión rusa por Siberia hacia Extremo Oriente y el
Pacífico, con la ocupación de la región de Amur en 1850-1860. Se firmaron
tratados entre Rusia y China en 1858-1860 y se fundó el puerto de Vladivostok y
el asentamiento en la isla de Sajalin en 1860.
Poco después, Rusia realizó la construcción
del ferrocarril transiberiano (1892-1904) para colonizar estas regiones, aunque
en 1867 vendió el territorio de Alaska a Estados Unidos. Rusia se convertía así
en una potencia presente en el Pacífico y activa en Extremo Oriente, donde
estalló la guerra ruso-japonesa de 1905 que terminó con la derrota rusa y el
tratado de Portsmouth.
Hacia Asia central y el Turkestán, Rusia ocupó
regiones que le dieron la soberanía sobre un extenso territorio. Tras haber
iniciado una aproximación desde el siglo XVII, durante el decenio 1820-1830
Rusia buscó una frontera estable ante los ataques de los kanatos de Turkestán.
En el decenio siguiente se construyó un fuerte
en la península de Manguylak, se realizó una expedición contra Khiva y, entre
1840 y 1850, se construyeron fuertes al sur de Orenburg, mientras que en el
este se fundó Kopal, al pie de los montes Ala-Tau, en 1847, con lo que se
aseguró la región septentrional del río Ili.
En 1853 Rusia dirigió una expedición hacia el
norte del Syr-Darya. En el este las tropas rusas ocuparon la región meridional
del río Ili y fundaron la ciudad de Vernyi en 1845. La parte occidental de la
estepa quedó organizada dentro de la provincia de Orenburg, en 1859, y la parte
oriental pasó a ser una provincia administrada desde Omsk, mientras que la
provincia de Semipalatinsk fue constituida en 1854.
Las operaciones militares se reanudaron ante
la necesidad de abastecimiento de algodón, y en 1864 se organizaron dos
expediciones que salieron de Vernyi y de Perovsk y que conquistaron ciudades y
territorios de Turkestán. Los rusos ocuparon el valle de Chu y cercaron la
estepa kazaca con una línea de fuertes.
Para el
gobierno ruso, el principal motivo de las operaciones militares era asegurarse
una línea fronteriza que pudiera ser bien defendida, por lo que tenía que
avanzar hasta alcanzar las fronteras de estados firmemente establecidos. Rusia
también pretendía tranquilizar a Gran Bretaña, que consideraba que la expansión
rusa podía constituir una amenaza sobre sus territorios indios, especialmente
Afganistán.
Los
territorios ocupados fueron organizados en 1865 en la provincia de Turkestán,
que dependía del gobernador general de Orenburg. En 1865 fue ocupada Tashkent y
en 1866 fue invadida Bujara y Kokand fue conquistada. Por un decreto imperial
de 1867 se creó el cargo de gobernador general de Turkestán, con sede en
Tashkent, que tendría bajo su autoridad a todas las tierras conquistadas en la
región desde 1847. En aquellos momentos se consideraba el río Amu-Darya como la
frontera meridional lógica del estado ruso.
En 1868
el emir de Bujara reunió sus fuerzas en Samarkanda y el gobernador de Turkestán
invadió sus territorios. El emir capituló y en 1868 firmó un tratado con Rusia
por el que Bujara cedía diversas ciudades, que fueron incorporadas a Turkestán
y, después, formaron la provincia de Samarkanda. Además, en 1871 Rusia ocupó
los territorios chinos del valle alto del Ili, a los que renunció tras
conversaciones con China en 1883.
Las
siguientes acciones expansivas se dirigieron hacia el kanato de Khiva, ocupado
en 1873, y Kokand, anexionado a Rusia en 1886. La ocupación de Marv representó
una amenaza para la India y provocó incidentes diplomáticos con Gran Bretaña,
resueltos mediante el convenio fronterizo ruso-afgano de 1887.
Los
intentos rusos de conquistar la meseta de Pamir, en 1891, fueron resueltos
mediante el convenio anglo-ruso de 1895. Se concedió a Rusia la parte de la
región de Pamir que reclamaba y otra parte se entregó en soberanía al emir de
Bujara. La resolución del problema de Pamir dejó las fronteras claramente
delimitadas y completó el avance por medio del cual, en menos de medio siglo,
Rusia se había apoderado de una extensa región de Asia central.
Unido
al avance de sus ejércitos, los rusos llevaron al corazón de Asia la cultura,
la economía y la administración europeas. Los poblados que construyeron, casi
siempre situados al lado de las antiguas ciudades, fueron modelos de una
planificación detallada. La colonización, esencial para consolidar el dominio
ruso, recibió especial atención de los gobernantes.
Se fomentó la emigración de los rusos hacia
las regiones del Turkestán, a lo que ayudó la construcción de los ferrocarriles
transiberiano, transaraliano y transcaspiano; éste llegó a Samarkanda en 1888.
Ayudados por el Departamento de Colonización, constituido en 1896, miles de
colonos rusos pasaron anualmente los Urales y se asentaron en la estepa kazaca.
El
dominio ruso transformó la economía de la región. Se realizaron innovaciones
agrarias que lograron prosperidad: así, se mejoraron la producción y la calidad
del algodón, se hicieron algunas experiencias de secar frutos y de transportar
frutas frescas a Rusia por ferrocarril, la antigua industria de la seda fue
incentivada por la aplicación de métodos modernos y por estaciones
experimentales, en la región de Samarkanda tuvo éxito el cultivo de la vid y la
elaboración de vinos, se cultivó la remolacha azucarera en una región próxima a
Tashkent, en la estepa se comenzaron a utilizar segadoras mecánicas y otros
tipos de maquinaria y se realizaron algunas experiencias de transporte de
carne.
La
dominación rusa permitió también la construcción de las primeras obras de
regadío importantes que se emprendieron en Asia central. Otro objetivo ruso fue
la explotación de los recursos mineros de la región: se extrajo plomo y plata
de las minas de Akmolonsk desde 1830-1840 y se iniciaron los trabajos en las
minas de carbón de Karaganda desde 1850-1860.
Unos
años después comenzarían los trabajos en las minas de cobre de Spasstii y en
las de cobre de Dzherkazgán, en 1850, uno de los yacimientos más ricos del
mundo. Los de carbón, plomo, oro, azufre, petróleo y sal situados en el
Turkestán tuvieron una explotación irregular. Por último, las rivalidades
generadas por las expansiones rusa e inglesa en Asia central, y en concreto en
Afganistán, fueron definitivamente reguladas por el tratado firmado entre Rusia
y Gran Bretaña en 1907.
La expansión europea en Asia oriental
Aunque iniciadas en el siglo XVI, las relaciones
entre los estados de Asia oriental y Occidente a comienzos del siglo XIX se
hallaban en un nivel mucho más bajo que en los siglos XVII y XVIII, en que
factorías inglesas, holandesas y francesas funcionaban plenamente en las costas
de Asia oriental y numerosos sabios jesuitas eran admitidos en las cortes de
las capitales orientales. Estos estados mantenían con Occidente unas relaciones
muy limitadas y episódicas. En el aspecto comercial, las relaciones con
Occidente experimentaron un retroceso, ya que los gobiernos asiáticos
restringieron deliberadamente la actividad de los comerciantes y los misioneros
europeos.
Mientras finalizaba la configuración
territorial de los grandes imperios coloniales del período anterior en Asia, y
Francia e Inglaterra se repartían el sureste asiático, China, primero, y Japón,
después, fueron abordados y abiertos a Occidente por la fuerza.
La colonización de los dos grandes países de
Asia oriental tiene, por tanto, unas características determinadas: fue más
tardía, ya que se realizó principalmente en la segunda mitad del siglo XIX;
tuvo una clara finalidad económica y un claro objetivo comercial; fue limitada
y episódica en el caso de Japón; y fue planteada conjuntamente por las
potencias occidentales, que olvidaron en estas empresas sus tradicionales
rivalidades, en especial Gran Bretaña y Francia, que fueron las más activas.
GRUPO
5 China : (PRIMERA PARTE)
El imperio chino era el más evolucionado,
prestigioso y extenso de los estados monárquicos de Asia oriental, y hacia él se
dirigían principalmente las ambiciones occidentales atraídas por el mito de su
inagotable riqueza, aunque se habían mantenido intactos la estructura
tradicional y los principios del estado confuciano.
Desde comienzos del siglo XVI algunos europeos habían iniciado un
comercio limitado con China -los portugueses, en Macao, en 1554- que permaneció
sin grandes variaciones a lo largo de los siglos modernos y al que se sumaron
paulatinamente otros comerciantes europeos.
A
comienzos del siglo XIX, los comerciantes extranjeros sólo tenían acceso en
China a Cantón y estaban obligados a aceptar las condiciones de la Co-hong, es
decir, la corporación de comerciantes chinos que disfrutaban de un monopolio
estatal.
Los esfuerzos británicos para ampliar las
relaciones comerciales, como las misiones de Macartney, en 1793, y de Amherst,
en 1816, fracasaron, pues el gobierno chino se oponía a abrir su territorio al
comercio extranjero. Pero fueron los ingleses, a lo largo del siglo XIX, los
que fomentaron y dominaron el comercio con China desde la India.
Las necesidades de este comercio,
principalmente del opio, llevaron a los ingleses a intervenir en China, ya que
en un principio los intereses ingleses en este territorio eran puramente
comerciales.
En la historia del imperio chino a lo largo
del siglo XIX y de la acción colonial occidental en China hay que distinguir
dos fases: la primera, entre comienzos del siglo y 1885, y la segunda, entre
1885 y 1911.
La primera fase se caracteriza, por un lado,
por los intentos de cierre, resistencia y restauración del estado y la sociedad
chinas ante los occidentales, y por otro, la acción creciente del colonialismo
europeo en China, que acabará por imponerse a finales del siglo.
Durante el primer tercio de la centuria se produjeron tres hechos
fundamentales: la decadencia del estado y la sociedad chinas, tanto en el
aspecto político como en el socioeconómico, con crisis monetarias y
alteraciones campesinas; el rigor de la política de cierre ante los
occidentales con medidas restrictivas sobre los comerciantes y los misioneros,
presentes desde los siglos modernos, y la intensificación de la presencia
occidental para abrir China a la penetración comercial y colonial europeas.
Durante la primera mitad del siglo XIX
gobernaron en China los emperadores Renzong (1796-1820) y Xuanzong (1821-1850),
y si el imperio se derrumbó no se debió a sus errores y debilidades. Entre 1802
y 1834 la población china aumentó en cien millones de habitantes y superó la
cifra de cuatrocientos millones, pero la productividad de la economía, que
seguía siendo predominantemente agraria, no aumentó en la misma proporción.
El colonialismo chino hubo de enfrentarse a
levantamientos entre los pueblos que se resistían a su incorporación a la
administración china: en 1795-1796, el de los territorios fronterizos de
Kueicheu y Hunan, y en 1826-1828 la rebelión musulmana en Kansu y,
especialmente, en Turkestán. Además, se produjeron revueltas en el interior del
país protagonizadas por sectas religiosas que llevaron a un conflicto civil
resuelto en 1803.
En la degradación del estado y la sociedad
chinas concurrieron dos factores: por un lado, la política del gobierno Qing,
que pretendía mantener lo más reducida posible la elite burocrática debido a la
relación numérica desfavorable entre la clase dominante manchú y el pueblo
chino, y por otro, sus esfuerzos para equilibrar las distintas clases
dirigentes, lo que se tradujo en una separación cada vez mayor entre la
burocracia central y local.
Tampoco mejoró la situación del comercio
exterior, ya que el gobierno Qing se mantuvo fiel a la tradición, que en
materia de política económica se basaba en el principio de la autarquía china.
La carta dirigida al rey Jorge III de Inglaterra en 1793 expresaba que el
imperio chino producía de todo y en abundancia y que no necesitaba las
mercancías de los «bárbaros» para la satisfacción de sus necesidades. Esta idea
se expresaba en esta frase: «China produce el mejor alimento del mundo, el
arroz; la mejor bebida del mundo, el té, y el mejor textil del mundo, la seda;
no necesita nada del resto del mundo».
En esa época los ingleses habían alcanzado ya
una posición dominante entre las potencias occidentales que practicaban el
comercio con China, pero fracasaron todos sus intentos de ampliar el mercado
chino para sus productos industriales, así como de lograr reducciones de tasas
aduaneras reguladas por un pacto.
Fracasó igualmente la misión enviada en 1816,
presidida por el conde de Amherst, con la misma finalidad. La Compañía de las
Indias Orientales, que poseía el monopolio del comercio inglés con China, tenía
establecida su organización en Cantón desde 1786. Exportaba a China estaño,
plomo, telas de lana y de algodón, e importaba de allí té.
En estas condiciones, la balanza comercial
china mantenía un saldo activo y la plata afluía al país en cantidades
importantes. Esta situación se modificó cuando la Compañía de las Indias
Orientales comenzó a ampliar sus exportaciones de opio a China. El comercio con
China era importante para la India británica, porque la Compañía de las Indias
Orientales usaba los créditos obtenidos en la India para vender productos
indios en Cantón, y compraba allí té que luego vendía a Inglaterra. El producto
más solicitado en China era el opio, cuya introducción aumentó entre 1780 y
1810.
El gobierno chino se oponía severamente a la
importación del opio, cuyo tráfico fue prohibido por decretos en 1796, 1800,
1814 y 1815. Los comerciantes ingleses recurrieron entonces al contrabando, que
aumentó a partir de la década de 1820. La Compañía de las Indias Orientales
liberó, a partir de 1816, el tráfico del opio, que adquirió nuevo impulso.
El mecanismo seguía siendo el mismo: se
compraba té chino y se recibía a cambio opio cultivado en Bengala por la
compañía. El punto crítico se sitúa alrededor de 1825: la balanza comercial
china se tornó negativa, y en lo sucesivo esta situación se acentuó
progresivamente.
Las consecuencias que tuvo el comercio del
opio fueron de distinto carácter, pero todas negativas: afectó a la salud del
pueblo y extendió la corrupción entre la burocracia. La monarquía imperial
dudaba sobre la política que debía seguir: en un informe de 1838 se proponía el
establecimiento de un comercio basado en el intercambio, que no fue aceptado.
Por el contrario, la corte aprobó la propuesta de Lin, que era partidario de la
prohibición estricta y general, y el propio Lin fue enviado a Cantón como
comisario imperial con poderes especiales, donde se estableció en 1838.
El nuevo comisario imperial ordenó cerrar las
factorías extranjeras y confiscó todo el cargamento de opio existente en los
almacenes, que fue destruido; además, todos los británicos tuvieron que
abandonar Cantón en 1839, y también fueron expulsados de Macao. Estas medidas
fueron el pretexto que esgrimió Inglaterra para atacar militarmente a China, y
entre 1839 y 1842 estalló la primera guerra del opio en el sur y este del país.
Las operaciones bélicas se iniciaron en la
desembocadura del río de la Perla, en 1839, y en 1840 los ingleses las
desplazaron hacia las costas de Chekiang, donde ocuparon Tinghai, y realizaron
una demostración naval en el puerto de Tientsin. En 1841 los ingleses atacaron
varios fuertes situados sobre la desembocadura del río de la Perla y tomaron
Amoy, Ningpo y nuevamente Tinghai, que habían evacuado.
Desde allí amenazaban Hangkeu y remontaron el
río Yangtsé con sus naves. Cuando, en 1842, pasaron ante Nankín, el emperador
chino hizo la propuesta de celebrar conversaciones de paz, lo que equivalía a
una capitulación.
Las consecuencias de la derrota fueron muy
graves para China, que al firmar el tratado de Nankín, en 1842, que puso
término a la guerra, tuvo que aceptar las siguientes concesiones: cesión de
Hong Kong a Inglaterra, pago de una alta indemnización, apertura de los puertos
de Fucheu, Amoy, Shanghai y Ningpo al comercio exterior, garantía de la
aplicación de tasas de aduanas fijas y abolición del monopolio de los Co-hong.
El tratado suplementario de Humen, en 1843, aseguró a los ingleses la cláusula
de nación más favorecida, junto con la jurisdicción consular y algunos otros
derechos de extraterritorialidad. Las misiones cristianas fueron admitidas en
algunas regiones.
Este tratado señaló el inicio de la apertura
obligada de China a Occidente y que tendría como resultado la imposición de su
dependencia colonial. Fue, en este sentido, el primero de los tratados
«desiguales» por haber sido impuestos por la fuerza. A éste siguieron otros
tratados del mismo tipo en 1844, por los que se concedieron derechos análogos a
Estados Unidos, Francia y Rusia.
Una de las consecuencias que la guerra del
opio tuvo en la situación interior de China fue el estallido de la revolución
de los taiping. En 1850 estalló en Kuangsi un levantamiento que se extendió con
gran rapidez, y al año siguiente los revolucionarios constituyeron un estado
propio: el «reino celeste de la paz universal», con el nombramiento de un «rey
celeste» que recayó en su dirigente, Hung.
GRUPO
6 China: (SEGUNDA PARTE)
En 1852-1853 los taiping marcharon por Hunan,
y desde allí avanzaron hacia el este a lo largo del Yangtsé, tomaron Nankín en
1853 y convirtieron esta ciudad en capital de su estado. Con la toma de Nankín
concluyó la fase ofensiva del levantamiento. El territorio controlado entonces
por los taiping incluía la mayor parte de China meridional y suroriental, y
aunque entre 1853 y 1856 obtuvieron más victorias, el movimiento comenzó a
estancarse.
En 1864 se inició el asedio de Nankín, que
cayó poco después. El suicidio de Hung supuso el fin del levantamiento de los
taiping, aunque la represión de los últimos grupos dispersos se prolongó hasta
1866. Pero se registraron otros levantamientos: de la Liga Nien, entre 1864 y
1868; de los miao, hasta 1872, y de los mahometanos en Yunnan, Kansu y
Turkestán, que se prolongaron hasta 1878. A comienzos de la segunda mitad del
siglo XIX se inició en China el período de «restauración», ocurrido durante el
reinado de Muzong (1862-1874), que había sucedido a Wenzong (1851-1861).
En las relaciones con los occidentales, tras
la primera guerra del opio se produjeron numerosos incidentes a causa de una
profunda y recíproca incomprensión. La fuerza impulsora de las acciones
emprendidas por las potencias occidentales era de naturaleza económica y se
veía reforzada por intereses políticos.Los incidentes sirvieron de pretexto a
Inglaterra y Francia para desencadenar la segunda guerra del opio, entre 1856 y
1858, con el ataque combinado de fuerzas de ambos países europeos tanto en el
sur como en el norte de China.
Tras un incidente naval en 1856, un contingente
anglo-francés tomó Cantón en 1857 y desplegó otras operaciones militares en el
Yangtsé y el Peho, ante lo que el gobierno Qing se mostró dispuesto a firmar la
paz. Por el tratado de Tientsin (1858)
China tuvo que permitir que se acreditasen enviados diplomáticos en Pekín,
abrir al comercio diez nuevos puertos, autorizar que las misiones protestantes
y católicas desarrollasen sus actividades sin obstáculos, otorgar a los
comerciantes occidentales la libertad de establecimiento, firmar de nuevo la
cláusula de nación más favorecida y pagar indemnizaciones de guerra. Poco
después, Estados Unidos y Rusia obtuvieron concesiones similares a las logradas
por Inglaterra y Francia.
A
pesar de ello, las disputas diplomáticas no fueron totalmente superadas y
surgieron nuevos incidentes. Los aliados occidentales reanudaron la lucha y
enviaron a Pekín, en 1860, un cuerpo expedicionario, lo que llevó a la firma de
un nuevo tratado, el de Pekín, por el que China cedía a Inglaterra la península
de Kowloon, situada frente a Hong Kong. Tientsin se transformó en nuevo puerto
libre y se pagaron nuevas indemnizaciones. Desde ese momento, el tráfico de
opio quedó legalizado y se revisaron las tasas aduaneras. Después de la segunda
guerra del opio, y con el movimiento de «autoafirmación», las relaciones entre
los chinos y los occidentales se desarrollaron favorablemente. En 1870 las
relaciones con las potencias europeas se deterioraron: en Tientsin fueron
asesinados unos misioneros y el cónsul francés; la situación se complicó al
intentar los ingleses, en 1874-1875, abrir una vía comercial hacia Birmania a
través de Yunnan.
El
centro de las disputas lo ocupaban entonces Francia y Rusia, que en 1860 había
aprovechado la oportunidad para fundar Vladivostok, y tras las diferencias
surgidas se llegó a un compromiso con el tratado de San Petersburgo (1882), por
el que el territorio de Ili fue restituido a China a cambio de una
indemnización. Entre 1882 y 1885 estalló la guerra franco-china, que terminó
con el tratado de Tientsin (1885), que dio a Francia el control de Indochina.
La política de anexión occidental en esta región condujo a la conquista de
Birmania por Inglaterra, en 1886. El tratado de Tientsin fue la señal para la
conquista y el reparto de los territorios chinos por las potencias
colonialistas: fue el llamado «despojo de China», que se produjo a finales del
siglo XIX.
La
segunda fase, señalada anteriormente, se extiende entre 1885 y 1911, y en ella
se completó el reparto de China por las potencias occidentales y fracasaron los
intentos de modernización del estado chino. Por China se interesaron
directamente Gran Bretaña, Francia, Rusia y Alemania, además de Estados Unidos
y Japón.La aparente modernidad china se derrumbó íntegramente cuando se produjo
la confrontación con Japón, que ya había logrado un acuerdo comercial, en 1871,
y anexionado las islas Ryu Kyu, en 1879, y terminó por dirimirse por las armas.
El pretexto para que se desencadenase la guerra fue Corea, donde desde 1876
China y Japón se disputaban la supremacía.
Rusia, Estados Unidos e Inglaterra comenzaron a intervenir en Corea, y
mientras que China sostenía militarmente al rey Kodjong (1864-1907), Japón
ayudaba con sus tropas al regente Taewongun. La guerra entre chinos y japoneses
estalló en el verano de 1894, y en ella fueron vencidas las tropas chinas en
una batalla naval ante la desembocadura del Yalu, así como en todos los
principales enfrentamientos terrestres. Los japoneses ocuparon Port Arthur,
Dairen y Weihai. Por la paz de Shimonoseki
(1895), China reconoció la independencia de Corea, cedió a Japón la península
de Laotong, así como Formosa y las islas Pescadores, abrió cuatro nuevos
puertos libres en los que tuvo que autorizar a Japón a erigir industrias
propias y pagó una alta indemnización de guerra. La protesta conjunta de
Francia, Alemania y Rusia impuso a Japón la restitución de Laotong, arrendada
luego a Rusia en 1898.
La
derrota fue especialmente humillante para China y supuso que desde 1895 se
desencadenara la política de «despojo de China», en cuyo proceso se distinguen
varios procesos diferentes. En primer lugar, el reparto y reconocimiento de
amplias zonas de influencia extranjera en las regiones territoriales chinas,
por el que los portugueses consiguieron Macao en 1887; los rusos ocuparon Corea
del Norte, recibieron en arriendo Port Arthur en 1898, así como Manchuria,
donde obtuvieron derechos para la construcción de ferrocarriles y se aseguraron
el predominio sobre el norte y la región de Pekín.
Los
alemanes obtuvieron una base naval en Kiautchau en 1898 y ocuparon Tsingtao en
1897; los ingleses recibieron en arriendo el puerto de Weihai, frente a Port
Arthur, en 1898, y una esfera de influencia en la cuenca del Yangtsé que
incluía Shanghai y Cantón.Los franceses lograron rectificaciones en la frontera
con Tonkín y el predominio en el Yunnan, con el arriendo de Kuangcheu, en 1898;
y los japoneses consiguieron el protectorado sobre Corea del Sur y una pequeña
esfera de influencia al sur de Shanghai. También Italia obtuvo una concesión en
Tientsin.
En
segundo lugar, la intensificación de la injerencia económica extranjera, que
comprende derecho a comerciar y realizar inversiones en los puertos del
tratado, las minas y los ferrocarriles, a residir en zonas internacionalizadas
fuera de la jurisdicción de los tribunales chinos, a pagar bajas tarifas
aduaneras, al arriendo de bases y al control de las aduanas.
Y,
en tercer lugar, los últimos intentos de reconstrucción interna, con las
postreras reacciones nacionales. El catastrófico resultado de la guerra contra
Japón equivalía a la derrota del movimiento de autodeterminación. La
inseguridad general se reflejó incluso en la corte imperial, donde los
antagonismos tenían determinantes políticos.
El emperador Dezong reinó de 1875-1908, aunque
la emperatriz viuda de Muzong mantuvo su influencia sobre la corte imperial, en
la que se configuraron varios grupos partidarios de seguir diversas tendencias
para reformar y reconstruir China: los que defendían un acercamiento a
Inglaterra y a las corrientes occidentales, los que se inclinaban por la
alianza con Rusia y los que propugnaban la imitación del modelo japonés, entre
los que se registran rivalidades y enfrentamientos.
En
1898 el emperador dio un decreto para aplicar el programa de las reformas, con
lo que emprendió la «reforma de los cien días», que duró de junio a septiembre
de 1898.
Pero
los conservadores y la nobleza manchú, que temía por sus privilegios, no
permanecieron inactivos, y en septiembre de 1898 dieron un golpe de estado. Las
reformas fueron deshechas y se reimplantó el orden antiguo.
En
amplios sectores de la sociedad se extendió el odio contra los extranjeros,
sentimiento que se estaba incubando desde hacía tiempo, y que generó una
popular acción antioccidental. La iniciativa de la acción recayó nuevamente en
las organizaciones secretas, entre las que adquirió protagonismo la liga del
«puño por la justicia y la unión», conocida como «bóxer», que era una rama de
la antigua secta Loto Blanco.
Su programa de acción estaba constituido por
el fanatismo religioso orientado contra el cristianismo y el ataque a las
máquinas. En 1899, al encontrar aceptación entre las autoridades, incorporó la
consigna «Sostened a los Qing, aniquilad a los extranjeros» y asumió el nombre
de Liga por la Justicia y la Unión.
Los
bóxers entraron en Tientsin y Pekín y extendieron los saqueos, devastaciones y
agresiones. En junio de 1900 fue asesinado en la capital el ministro alemán y
China declaró la guerra a las potencias occidentales. Inglaterra, Francia,
Rusia, Estados Unidos, Italia, Alemania y Japón movilizaron un cuerpo
expedicionario que tomó Pekín en agosto.
En
1901 se firmó un protocolo internacional por el que China tuvo que aceptar unas
duras condiciones: el pago de una alta indemnización, la prohibición de
importar armas, el envío de delegaciones de reconciliación y la publicación de
un decreto que prohibía los actos xenófobos.
Después del levantamiento de los bóxers, China no volvió a conocer la paz
durante varios años. Las potencias occidentales ampliaron el ámbito de sus
derechos, lo que impulsó también a Japón a actuar, y Manchuria quedó dividida
en una zona de influencia japonesa y otra rusa tras la guerra ruso-japonesa de
1905.
Bajo
la presión de los acontecimientos, el gobierno chino intentó aplicar algunas
reformas. El antiguo sistema de exámenes fue abolido en 1905, se quiso
reorganizar el ejército y se intentó la reforma del gobierno, que sólo fue
nominal. En 1908 llegó al trono imperial Xuantong (Pu Yi), cuya regencia se
encargó de realizar serias tentativas por recobrar el control del ejército.
Aunque China fue el país donde el imperialismo económico actuó en toda
su plenitud, sin que llegara nunca a ser totalmente una colonia política, las
circunstancias de crisis llevaron a la gestación de la revolución de 1911, la
proclamación de la república y el final de la monarquía imperial, en un intento
supremo de liberar a China de la dependencia colonial y de reconstruir el país
de manera definitiva.
GRUPO
7 Japón :(PRIMERA PARTE)
A lo
largo de los años centrales del siglo XIX se desarrollaron en Japón los dos
procesos que desembocaron en la revolución Meiji de 1868, que señala el
comienzo de la época moderna en la historia de ese país, y que llevó a la
occidentalización y modernización del mismo, con la economía capitalista e
industrial y el liberalismo político.
Esto
supuso la transformación total de la evolución histórica japonesa: por un lado,
el progreso y el desarrollo internos a pesar del aislamiento exterior, y por
otro, la ruptura de este aislamiento al abrirse por la fuerza al comercio con
Occidente, que impuso su colonialismo económico.
1)
El final de la época Tokugawa. La época Tokugawa se extiende desde 1603 hasta
1868, y en ella están presentes las cuatro influencias del pasado histórico
japonés: la situación insular, una economía agraria intensiva, una monarquía
imperial centralizada y un feudalismo descentralizado con elites guerreras.
La
estructura política japonesa ofrece la particularidad de haber tenido una única
dinastía imperial desde los remotos orígenes históricos, lo que es un sólido
factor de unidad y continuidad. El emperador residía en Kyoto, pero el poder
efectivo, tras las guerras civiles del siglo XVI, era ejercido por el
victorioso clan de los Tokugawa, que había establecido el sogunato en 1603, con
carácter hereditario, y gobernaba en nombre del emperador, con sede en Edo.
La
estructura social era de tipo feudal, con división entre los clanes y los
guerreros, constituida fundamentalmente por los daimíos, señores de los feudos
y nobleza militar, y los samurais, con fuertes relaciones de vasallaje. La
estructura económica se basaba en la propiedad de la tierra y la producción
agraria, en especial el arroz, pero también se desarrolló un mercado nacional y
el enriquecimiento de los comerciantes al mismo tiempo que el endeudamiento de
los feudos.
Todo
este sistema se encuentra bajo el poder efectivo del clan Tokugawa, que eran
los mayores daimíos del imperio en esta época y ejercían el gobierno del sogún,
en nombre del emperador, pero con el debilitamiento del poder imperial.
El
rígido gobierno de los Tokugawa se basaba en una administración centralizada,
en medidas económicas y militares, en la vigilancia de los daimíos, y en la
política de cierre y aislamiento del país respecto al exterior, desde 1636, con
medidas restrictivas sobre los misioneros y los comerciantes occidentales.
Sólo
Nagasaki quedaba como único lugar abierto para el comercio exterior y limitado
a holandeses y chinos. Pero, a mediados del siglo XIX, se produjeron dos
procesos que cambiaron profundamente la situación histórica japonesa.
Por
un lado, la presencia occidental, que se inició entre 1853 y 1858. Desde
comienzos de siglo, los comerciantes occidentales estaban intentando abrir los
puertos japoneses al comercio y establecer relaciones económicas con el
imperio, pero la hostilidad japonesa prohibía la presencia de buques
extranjeros en sus puertos y costas.
En
1853-1854, ante la acción de fuerza y la presión militar occidental,
representada por la intervención de un buque estadounidense que amenazaba con
bombardear Edo, Japón firmó el tratado de Kanagawa con Estados Unidos (1854),
al que siguieron otros análogos con Gran Bretaña y Rusia, lo que inició la apertura
de puertos y el establecimiento del comercio.
En
1858 se firmaron los tratados de las Cinco Naciones entre Japón, Estados
Unidos, Holanda, Rusia, Gran Bretaña y Francia, que concedían ventajas
comerciales, el asentamiento mercantil en Yokohama y la apertura de varios
puertos y daban inicio a la penetración y el establecimiento occidental en
Japón.
Por
otro lado, por las reacciones antioccidentales y por las rivalidades internas,
se produjeron entre 1860 y 1868 los enfrentamientos entre los clanes feudales y
la lucha contra el sogunato Tokugawa; la iniciativa contra el sogún la llevaron
los feudos que actuaban en defensa del restablecimiento del poder imperial.
Tras
una serie de conflictos civiles se produjo la caída del clan Tokugawa y el
final de sogunato, en enero de 1868, que dio paso a la proclamación de la
restauración imperial y al triunfo de la revolución Meiji.
2)
La revolución Meiji. Desde 1868 hasta 1912 se extiende el Japón de la era
Meiji. En esta época la nueva dirección política se orientó hacia la creación
de un estado nacional unificado y la puesta en práctica de reformas
fundamentales y modernizadoras.
En
este proceso se distinguen dos momentos: el primero, de 1868 a 1881, es el
triunfo de la revolución Meiji, y el segundo, desde 1881 a 1912, es la
consolidación de la misma, que en una continua evolución engrandece a Japón
hasta convertirlo en una nueva potencia mundial en vísperas de la Primera
Guerra Mundial.
El
23 de octubre de 1868 la corte imperial proclamó el nuevo nombre de los años
siguientes, Meiji, y decidió que todos los años del reinado del emperador
Mutsu-Hito (que acababa de ser solemnemente entronizado en 1867) debían llevar
el mismo nombre, y en consecuencia hubo cuarenta y cuatro años Meiji (hasta
1912), que fueron un reinado de modernización y de engrandecimiento que
llevaron a la expansión exterior.
El
año de 1868, con la entronización oficial del emperador Meiji, indica la
separación entre el antiguo régimen, el del sogún y los Tokugawa, y el nuevo
régimen Meiji de las reformas y la occidentalización.
Los acontecimientos de enero de 1868
provocaron la desaparición del sogunato Tokugawa y crearon, en su lugar, un
nuevo centro de autoridad estatal bajo la figura del emperador que fue
restaurado en el centro de su gobierno. Poco antes, en noviembre de 1867, el
sogún, acosado por los problemas financieros, las dificultades exteriores con
los occidentales y las confrontaciones y rebeliones internas, entregó su
renuncia al joven emperador Meiji, que había llegado al trono en febrero de
1867, tras la muerte del emperador Komei (1847-1867).
La revolución Meiji, ya triunfante, recorrió
una primera etapa, entre 1868 y 1881, que constituye la fase de las reformas y
de los comienzos y cimentación del nuevo régimen. Estas reformas pretendían
transformar interiormente y renovar tanto el estado como la sociedad japonesa,
aunque manteniendo su base tradicional mediante un equilibrio entre los valores
tradicionales y los modernos. Las reformas, por tanto, son de variado carácter
y abarcan todos los aspectos y actividades de la vida japonesa.
Las reformas político-institucionales buscaban
formar un estado centralizado y crear y poner en funcionamiento nuevas
instituciones, así como renovar totalmente algunas de las ya existentes.
Comenzaron por el pleno restablecimiento de la autoridad imperial en la
persona del entonces emperador reinante, Mutsu-Hito, que en abril de 1868 dio
el Juramento de los Cinco Artículos que, entre otras promesas, contenía dos
aspectos significativos: en primer lugar, indicaba claramente que el nuevo
gobierno pensaba emprender un programa de occidentalización y que, en
consecuencia, no se toleraría la xenofobia, y en segundo lugar, contenía la
promesa de convocar una asamblea deliberante.
Las
más importantes reformas de este tipo fueron la centralización política con
organización de un gobierno de carácter moderno que incluía nuevos ministerios
y que fue la base de un estado fuertemente centralizado; la creación de
departamentos-provincias y una nueva distribución administrativa; la formación
y organización de un funcionariado integrado por técnicos y expertos; la
división de poderes en la administración estatal: legislativo (cámaras),
ejecutivo (gobierno) y judicial (consejo jurídico); la supresión de las
instituciones y de los privilegios feudales; el traslado de la capital imperial
a Tokio (antes, capital sogunal de Edo), y la creación de un ejército imperial
de alcance nacional, moderno y poderoso a partir de una triple base: la unificación
de los ejércitos feudales, la generalización del servicio militar y la
diversificación de las armas.
GRUPO
8 JAPON (SEGUNDA PARTE)
Las
reformas económicas pretendían el desarrollo económico en el marco de una
economía capitalista de estilo occidental, que fue una de las principales
preocupaciones del nuevo gobierno, en especial en los sectores de la industria
pesada y en la inversión de capitales: en 1870 se creó el Ministerio de
Industria y en 1878 se fundó la Bolsa de Tokio.
El
gobierno dirigió los principales esfuerzos económicos en cinco direcciones: el
desarrollo industrial con el fomento de la industria pesada, minas y construcciones;
el crecimiento de las industrias estratégicas con incremento del armamento y
los arsenales; los transportes y las comunicaciones, en especial por las
características geográficas del país, los buques, los ferrocarriles y el
telégrafo; la industria textil, centrada en el algodón y la lana, y otras
industrias de consumo, y la colonización agraria de Hokkaido, la isla del norte
del archipiélago. También se creó un nuevo sistema fiscal y un nuevo sistema
monetario con el yen.
Las
reformas sociales y jurídicas pretendían crear una sociedad liberal y abierta y
ensamblarla con un estado centralizado y fuerte, una economía en desarrollo y
crecimiento y un ejército poderoso. Se promulgaron numerosas reformas sociales
que produjeron una auténtica reorganización social a todos los niveles, con la
desaparición de los privilegios personales. Se establecieron leyes que
modernizaban y occidentalizaban la vida japonesa: elaboración de nuevos códigos
Penal y Civil, de inspiración francesa, y establecimiento de la igualdad
jurídica.
Se
adoptó una actitud, no sólo de aceptación de los extranjeros, sino de continuo
intercambio y relación con el exterior, y así, mientras jóvenes japoneses
viajaban a Europa para conocer y estudiar las sociedades y los países desarrollados,
los técnicos y expertos europeos se trasladaban a Japón para enseñar y trabajar
en las nuevas actividades que se pusieron en funcionamiento.
En
1872 se adoptaron las costumbres occidentales y en 1873 se aplicó el calendario
gregoriano. Se reformaron también los sistemas de instrucción, formación y
enseñanza y surgieron sociedades intelectuales y periódicos al estilo europeo.
En 1871 se creó el Ministerio de Instrucción Pública, que regulaba las
academias, liceos y escuelas, y en 1877 se fundó la Universidad Imperial de
Tokio.
3)
Consolidación y plenitud de la era Meiji. A partir de 1881 se extiende una
nueva fase en el proceso revolucionario japonés que corresponde a la
consolidación y apogeo de la era Meiji sobre el fundamento de las reformas y
medidas de la etapa anterior, y que llega hasta 1912. Destacan en la afirmación
y auge del nuevo régimen tres aspectos relevantes: la nueva organización
política, el crecimiento económico y la expansión exterior.
La
regulación de la actividad política se produjo con la promulgación de la
Constitución en 1889, que supuso la institucionalización del nuevo régimen
imperial. La fecha de 1881 representa en este proceso el momento del paso de un
Japón en el que gobernaba exclusivamente la nueva oligarquía Meiji, a una
situación en la que el sistema se define como constitucional y liberal, se crea
un Parlamento y se organizan los partidos políticos, cuya actividad continuará
controlada por la misma oligarquía Meiji que ya dominaba el poder.
En
octubre de 1881, tras una serie de incidentes y controversias en el seno de la
oligarquía dominante, el emperador promulgó un edicto con el que prometía a la
nación la convocatoria de un Parlamento, que fue seguido de la organización de
los primeros partidos políticos, tanto el oficial del propio gobierno
oligárquico como los liberales de la oposición.
La
elaboración de la Constitución llevó varios años: en 1881 el conde Ito recibió
el encargo imperial de preparar un texto constitucional. Con esta finalidad
viajó por Europa hasta 1883, acompañado de un selecto grupo de técnicos y
juristas, para conocer y estudiar las constituciones europeas.
Después de regresar a Japón se dedicó a una doble e intensa tarea: por
un lado, a redactar el texto que iba a proponerse como Constitución imperial
japonesa, y por otro, a reorganizar la estructura gubernamental y la
administración central, instituyendo un nuevo gobierno, con el propio Ito de
primer ministro, según el modelo alemán, que fue el adoptado.
En
1888 ya se disponía de un borrador de la Constitución, que fue revisada por un
Consejo privado y promulgada por el emperador el 11 de febrero de 1889. Sin
embargo, la situación política quedó bajo el control del poder oligárquico.
Pueden señalarse dos puntos de referencia en el apogeo de Japón hasta la
Primera Guerra Mundial: la oligarquía forma un grupo cerrado propietario del
poder y los partidos políticos obtienen un lugar en el poder establecido, de
acuerdo con la Constitución.
En
los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial los cambios y la
situación de Japón parecían indicar un nuevo giro en su evolución, con el final
de una fase y el comienzo de otra, en todo caso, continuadora de la anterior.
En
1912 falleció el emperador Meiji y le sucedió Toshi-Hito, que inicia la era
Taisho, así llamada hasta 1926. Hacia 1913 hubo una paralización política del
sistema, tras el turno de partidos y la proliferación de otros grupos
políticos.
Al
mismo tiempo, surgieron movimientos extraparlamentarios de oposición, expresión
de las nuevas realidades sociales, de clases medias y populares, y de sectores
obreros. Los comienzos de la época Taisho están señalados por las expectativas
de cambios políticos, unidas al crecimiento económico, especialmente en el sector
industrial, junto con la expansión exterior y las conquistas imperialistas, que
dieron un progresivo protagonismo y relieve al ejército.
4)
Imperialismo y expansión exterior. Unida a la consolidación política y al
crecimiento económico, se registró la formulación de un imperialismo que
rivalizó con los occidentales en Extremo Oriente: la realización de una
expansión exterior que se concretó en las conquistas y anexiones de islas y
territorios de Asia oriental.
Durante este proceso se formuló el imperialismo japonés, en rivalidad
con los occidentales, en cuya configuración, desarrollo y eclosión hay que
señalar tres factores decisivos: la realidad de la ascensión diplomática e
internacional de Japón en sus aspiraciones económico-políticas de llegar a ser
una potencia mundial; la formulación de los fundamentos ideológicos y sociales
del ultranacionalismo e imperialismo japoneses en el seno de su propia
identidad histórica, y la expansión territorial exterior impulsada por las
necesidades de ese mismo crecimiento económico y político, y basada en el
ideario imperialista, que llevó al país a construir un imperio colonial propio
en Asia oriental.
La
historia diplomática de la ascensión de Japón como potencia mundial moderna se
desarrolló a través de diversas fases, hasta el momento en que el país, tras
surgir victorioso sobre Rusia en 1905, entró en una nueva etapa de su evolución
histórica contemporánea con la muerte del emperador Meiji, en 1912, que puso
fin al intenso período iniciado en 1868.
Este
largo proceso comenzó en la década de 1860-1869, cuando los nuevos dirigentes
japoneses se vieron precisados a negociar tiempo y concesiones mientras
adquirían el dominio de la moderna diplomacia y las nuevas exigencias de la
negociación internacional y de la defensa nacional.
Entre 1870 y 1894 los dirigentes japoneses se concentraron en lograr dos
objetivos principales: primero, definir y asegurar la posición internacional de
Japón en términos de lenguaje diplomático, y segundo, alcanzar la revisión de
los «tratados desiguales».
El
primer objetivo fue llevado a cabo con facilidad por el nuevo Ministerio de
Negocios Extranjeros: en 1871 Japón concluyó un tratado comercial con China; en
1874 los japoneses se aseguraron el control administrativo de las islas Ryu
Kyu; en 1875 colocaron las islas Bonín bajo el control de la marina japonesa,
arrebataron a Rusia las islas Kuriles mediante un tratado y fijaron la frontera
entre Japón y Rusia en el área de Siberia; y en 1879 se aseguraron el
reconocimiento de la soberanía japonesa sobre las Ryu Kyu.
GRUPO
9 JAPON (TERCERA PARTE)
La
primera crisis en la política internacional japonesa, así como una importante
escisión en el seno del gobierno, sobrevino a causa de Corea. En 1876 los
japoneses se abrieron paso en la península coreana, utilizando el mismo sistema
cañonero que los occidentales habían aplicado contra Japón en 1853.
El
tratado de Kanghwa resultante de esta operación no sólo abrió Corea al comercio
japonés, sino que incluyó una cláusula acerca de la independencia coreana, que
constituía la cuña inicial para la ulterior separación de Corea de la soberanía
china y su paso a la japonesa. Tras haber emplazado un potente ejército en
Seúl, los japoneses comenzaron a rivalizar con China y Rusia por la influencia
en el continente asiático.
En
cuanto al segundo objetivo citado, los años 1870-1880 resultaron decepcionantes
en cuanto al deseo japonés de alcanzar una revisión de los «tratados
desiguales». Los tratados continuaron siendo un problema político de primera
magnitud y fue imposible negociar su revisión con las potencias occidentales.
Pero
esta corriente comenzó a cambiar, y al tener conciencia las potencias
extranjeras del surgimiento del moderno Japón, la resistencia a sus demandas en
el sentido de abolir la extraterritorialidad comenzó a debilitarse. Acabó en
1894, cuando se llegó a un acuerdo con Gran Bretaña por el que la
extraterritorialidad desaparecería en 1899.
A
partir de 1894 Japón entró en una nueva fase de sus relaciones internacionales,
que se inició con la guerra contra China en ese mismo año, y que acabaría en
1905, con su victoria militar sobre Rusia. La guerra de 1894-1895 contra China
señaló la mayoridad internacional de Japón y puso de manifiesto que era ya una
potencia con la que había que contar en los asuntos del área de Extremo Oriente.
La
amenaza que Japón representaba para las potencias occidentales en la zona
alcanzó un pronto reconocimiento en la triple intervención de 1895. Alarmados
ante la perspectiva de una ulterior expansión japonesa en el continente, Rusia,
Alemania y Francia intervinieron para bloquear la conquista japonesa de la
península de Laotong como consecuencia de la guerra contra China y de la paz de
Shimonoseki firmada en 1895, por la que China cedió a Japón Formosa, Port
Arthur (en poder de Rusia desde 1898) y las islas Pescadores. También reconoció
la independencia de Corea, que pasó al área de influencia japonesa.
Tras
unirse a la expedición de socorro de los aliados occidentales a Pekín, en 1900,
con motivo de la lucha contra el movimiento nacionalista chino de los bóxers,
Japón entró en 1902 en la historia diplomática universal al firmar un tratado
de alianza con Gran Bretaña, por el que alcanzaba su más tangible
reconocimiento de igualdad internacional; fue el primero de este carácter
firmado entre una potencia occidental y una nación asiática.
Dos
años después, en 1904, Japón atacó a los rusos en Port Arthur e inició la
guerra ruso-japonesa, en la que infligió la primera gran derrota por parte de
una potencia asiática a una tradicional potencia europea. Por la paz de
Portsmouth, en 1905, que puso fin al conflicto, Japón obtuvo la parte
meridional de las islas Sajalin, Port Arthur y el protectorado sobre Corea, así
como Manchuria meridional.
Al
final de la guerra ruso-japonesa, Japón se había convertido en una nueva gran
potencia mundial. Ahora era llamado Japón Imperial (Dai Nippon), con la
posesión de un imperio propio y con plena participación en las rivalidades
imperialistas occidentales en Asia oriental.
En
cuanto a la expansión exterior, desde los comienzos de la era Meiji los
gobernantes japoneses prestaron una especial atención a las relaciones
internacionales y a las cuestiones de la defensa. Uno de los primeros problemas
de la política exterior del gobierno Meiji fue el establecimiento de las
fronteras japonesas. En el norte la frontera se fijó, en 1875, mediante un
tratado que concedía Sajalin a Rusia y las Kuriles a Japón. Hacia el sur, Japón
estableció su gobierno directo sobre las islas Ryu Kyu entre 1874 y 1879, y en
1875 las potencias reconocieron la soberanía japonesa sobre las islas Bonín
hacia el sureste.
En
el proceso de afirmación de Japón hay que señalar tres hechos fundamentales: el
acercamiento y la alianza con Inglaterra, la guerra con China y la guerra con
Rusia.
El acercamiento
diplomático entre Japón e Inglaterra se constató como una evidente realidad
hacia 1894-1895. Los británicos tenían dos tipos de intereses para su
aproximación a Japón: veían en la nación asiática un elemento de contrapeso al
poderío ruso en Asia y habían ayudado económicamente a la revolución Meiji con
equipamiento y material.
En
julio de 1894 se firmó un acuerdo anglo-japonés sobre cuestiones de
extraterritorialidad y derechos comerciales. Este pacto presentó, debido al
poderío económico y político de Inglaterra, un modelo de la anulación de los
viejos «tratados desiguales» entre Japón y las potencias extranjeras, lo que se
hizo entre 1894 y 1896.
Esta
aproximación anglo-japonesa influyó en el origen del conflicto chino-japonés de
1894, ya que es probable que Japón no se hubiera enfrentado en solitario a una
China que contara con el apoyo de Inglaterra.
Este
primer acercamiento anglo-japonés se amplió en los primeros años del siglo XX
con unos nuevos factores: el incremento de la expansión rusa con su acción
sobre Corea y Manchuria y los progresos en la construcción del transiberiano y
el transmanchuriano; la creciente preocupación británica por esta expansión
rusa, que replanteaba las latentes rivalidades entre ambos imperialismos; el nuevo
imperialismo japonés, también receloso de los rusos, que tras derrotar a China
en 1895 aspiraba a extenderse y dominar sobre el continente, y el panorama de
una China derrotada y ocupada sobre la que las potencias imperialistas se
apresuraban a completar su despojo y reparto. Esta situación llevó a la firma
del tratado de enero de 1902 entre Japón e Inglaterra, que estableció una
alianza firme entre ambos países.
La
guerra chino-japonesa, en 1894-1895, constituyó la primera muestra de los
propósitos expansivos de Japón en la región oriental-asiática, producida por el
deseo de extender su influencia sobre Corea. El reino coreano era desde tiempo
anterior una nación tributaria de China y ese país era considerado por la
monarquía china como una especie de protectorado.
Para
Japón, en cambio, Corea podía representar en manos de otra potencia un grave
peligro militar y le importaba especialmente que China no considerase a Corea
como un estado tributario y sometido a su protección y dependencia, además de
estimar que el territorio coreano era un campo natural de la expansión de los
futuros intereses japoneses.
En
febrero de 1876 Japón impuso a Corea un tratado sobre cuestiones mercantiles y
a comienzos de la década de 1880-1889 hubo una legación de Japón en Corea,
donde los comerciantes japoneses se mostraban partidarios de introducir en
Corea reformas de tipo occidental. Esta situación provocó la división de los
coreanos, que se escindieron en dos partidos: uno, conservador y
tradicionalista y favorable a China, y otro, reformador y modernista y
partidario de Japón.
Entre 1882 y 1884 estallaron los conflictos entre ambos grupos, que
contaron respectivamente con la ayuda e intervención de las tropas chinas y
japonesas, lo que provocó las conversaciones de 1885 entre el japonés Ito y el
chino Li Hung-Chang, que establecieron un acuerdo entre ambos países.
Al
poco tiempo, el ministro residente chino en Corea, Yuan Shin-Kai, logró imponer
su predominio sobre el gobierno coreano, lo que inquietó a los japoneses, y en
1894 estallaron nuevos combates entre los pro chinos y los pro japoneses, con
nuevas intervenciones militares de ambas potencias.
GRUPO
10 JAPON (TERCERA PARTE)
En
julio de 1894 se inició con un combate naval la guerra directa entre China y
Japón, y el 1 de agosto los dos gobiernos se dirigieron mutuas declaraciones de
guerra. En unos meses, los japoneses derrotaron a la marina china del norte,
expulsaron a los chinos de Corea, entraron en Manchuria, se apoderaron de Port
Arthur y ocuparon toda la península coreana y también la de Laotong. En febrero
de 1895 tomaron Weihai y en marzo del mismo año desembarcaron en Formosa y
penetraron en el continente. La derrota china ante Japón fue total y rápida.
En
marzo de 1895 Li Hung-Chang se trasladó a Tokio como emisario de paz y el 17 de
abril de 1895 se firmó entre ambos países el tratado de paz de Shimonoseki, que
estipulaba las siguientes condiciones: China reconocía la independencia de
Corea, cedía a Japón la isla de Formosa, la de los Pescadores y la península de
Laotong, y pagaba una fuerte indemnización; Japón conservaba Weihai hasta el
pago total de la deuda contraída, y ambos países firmaban el tratado comercial
chino-japonés de 1896, que otorgaba a Japón los mismos privilegios en China de
las naciones occidentales y el derecho a mantener fábricas en los puertos del
tratado.
Pero
Rusia, preocupada por las ambiciones japonesas, Francia y Alemania, que se unió
a la iniciativa de los aliados europeos, presentaron en abril de 1895 al
gobierno japonés idénticas notas «aconsejándole amistosamente» que renunciara a
la península de Laotong y la devolviera a China, lo que Japón tuvo que hacer al
encontrarse sólo frente a las tres potencias europeas.
Sin
embargo, Japón obtuvo buenos resultados de esta guerra, pues nunca antes el
imperio japonés había conocido una expansión semejante, y Formosa se convertía
en una útil posesión. Además, el frente de los occidentales mostraba alguna
desunión, ya que Inglaterra se mantuvo al margen de la intervención en 1895 y
de sus resultados, lo que confirmaba su buena disposición hacia Japón, ya
manifestada en 1894, y que sería reiterada por el nuevo tratado de 1902.
La
guerra ruso-japonesa (1904-1905) demostró la elevación de Japón a gran potencia
en Extremo Oriente. Desde el anterior conflicto chino-japonés, el gobierno de
Tokio había ejercido la máxima influencia sobre Corea y se había preocupado de
aumentar el presupuesto militar, lo que parecía demostrar que no excluía la
previsión de un nuevo conflicto en el continente, donde se intensificaba la
rivalidad con Rusia a pesar de la firma del tratado de Yamagata-Lobanov (1896)
y del acuerdo Nishi-Rosen (1898) entre ambas potencias.
La
presión rusa se incrementaba tanto en Corea como sobre Manchuria, tras lograr
un arriendo en Laotong, con la construcción del transiberiano y el
transmanchuriano hacia Vladivostok, terminado en 1903. Japón, por su parte,
estableció una esfera de influencia en Fukien, frente a Formosa.
Fue
en ese momento, ante la preocupación por la expansión rusa que los une en la
defensa de sus mutuos intereses, cuando se concretó la alianza anglo-japonesa
de 1902 que puso de manifiesto el juego de las alianzas y las rivalidades
internacionales en Extremo Oriente: Rusia actuó frente a la alianza
anglo-japonesa, que tenía a su favor el acuerdo militar firmado con Francia,
aunque sin aplicación en Extremo Oriente.
Las
diferencias se centraron en torno a Manchuria y Mongolia, sobre las que los
rusos proyectaban establecer una especie de protectorado, y por parte de Japón
respecto a Corea, que deseaba dominar totalmente. Ambas pretensiones provocaron
en las dos potencias recelos y confrontaciones que, al no ser superadas por
medio de negociaciones en 1903, llevaron a los japoneses a la guerra como única
solución para contener a los rusos.
En
los primeros días de febrero de 1904 se produjo la ruptura de las relaciones
diplomáticas entre Japón y Rusia, e inmediatamente la armada japonesa atacó y
bloqueó Port Arthur. La victoria de Japón sobre Rusia fue total, tanto por mar
como por tierra, durante todo el tiempo que duró el conflicto. Los japoneses
desembarcaron en Seúl, y avanzando por territorio coreano hacia Pyongyang
expulsaron a los rusos al otro lado del río Yalu.
A
mediados de 1904, la guerra se extendió por Manchuria. Los ejércitos japoneses
pasaron el Yalu, mientras que otras tropas desembarcaron en Laotong, donde se
disponían a sitiar Port Arthur, que capituló el 1 de enero de 1905; a ésta
siguieron nuevas derrotas rusas por tierra, entre Liaoyang y Mukden, y por mar,
en el estrecho de Tsushima.
En
esos momentos fue aceptada por ambos países la mediación ofrecida por el
presidente estadounidense Theodore Roosevelt. La conferencia de la paz que
concluyó con la firma del tratado de Portsmouth, el 5 de septiembre de 1905,
estableció los siguientes acuerdos: Japón obtenía un protectorado sobre Corea,
Rusia le cedía sus derechos en Laotong -incluidos Port Arthur y Dairen- y el
ferrocarril del sur de Manchuria, así como la parte situada al sur del paralelo
50 en la isla de Sajalin.
Como
ampliación de los logros obtenidos por Japón en esta guerra, a finales de 1905
estableció un protectorado oficial sobre Corea, y en agosto de 1910 Japón se
anexionó todo el país coreano. Respecto a Manchuria, Japón llegó a una serie de
acuerdos con Rusia, entre 1907 y 1912, por los que se repartían zonas de
influencia: el norte y el oeste, con Mongolia interior, quedó para Rusia,
mientras que el resto fue para Japón.
La
expansión exterior japonesa quedó señalada por los territorios que fueron
incorporados y que constituyeron el naciente imperio japonés: en 1874 las islas
Ryu Kyu, en 1875 las Kuriles, en 1895 Formosa, en 1905 Sajalin y el sur de
Manchuria y en 1910 Corea, principalmente.
En
todos estos territorios Japón practicaba una política de explotación colonial,
tanto económica como jurídica. A ellos hay que añadir las posiciones
conquistadas por Japón en China a lo largo de los primeros años del siglo XX:
minas, fábricas y ferrocarriles, concesiones y derecho de estacionamiento de
tropas.
Además, Japón fijó sus relaciones diplomáticas con los países
occidentales mediante una serie de acuerdos: con Francia, en 1907, para el
mantenimiento del equilibrio en Asia; con Gran Bretaña, en 1907 y 1910, y con
Rusia, también en 1907 y 1912, para el reconocimiento de su zona de influencia
en el sur de Manchuria, a cambio de lo cual el gobierno ruso obtenía una
situación idéntica en el norte y en Mongolia occidental.
En
1912, en plena expansión y crecimiento japonés, y cuando se produjo la muerte
del emperador Meiji, se puso fin a la primera gran fase de la evolución de
Japón como nación moderna, con los fundamentos básicos del nuevo Japón imperial
ya establecidos y consolidados. Japón se había configurado ya como una gran
potencia que ejercía su predominio sobre la zona oriental del continente
asiático y en el Pacífico occidental y, en definitiva, sobre toda una amplia
región de Extremo Oriente.
Los
objetivos de la modernización de Japón parecían ya alcanzados en el primer
decenio del siglo XX y con anterioridad, por tanto, a la Primera Guerra
Mundial, es decir, la soberanía por la abolición de los «tratados desiguales»,
la seguridad por el control de las islas y territorios continentales próximos y
la igualdad con las potencias tras el tratado de alianza con Gran Bretaña en
1902.
Pero
el nuevo imperialismo permanecía todavía integrado en el de los occidentales
tras su primer éxito en la guerra chino-japonesa de 1894-1895, seguido de la
victoria en el conflicto ruso-japonés de 1905 y la anexión de Corea en 1910.
GRUPO
11 Corea
Si
bien Corea fue anexionada por Japón en 1910, hasta ese momento había
desarrollado una vida independiente a lo largo del siglo XIX como continuación
de su historia desde siglos anteriores.
En
los inicios del siglo XIX se organizó una asociación clandestina que aglutinaba
el descontento hacia la dinastía de los Ri, reinante desde finales del siglo
XIV, especialmente entre los campesinos y los comerciantes. En diciembre de
1811 se formó un ejército rebelde y se anunció el comienzo de la lucha contra
los Ri para salvar a la población de la miseria.
Este
ejército se dividió en dos columnas, que avanzaron hacia el sur y hacia el
norte ocupando territorios y sembrando el temor entre el gobierno de los Ri,
pero el ejército gubernamental derrotó a los rebeldes en abril de 1812. Esta
intensa lucha de clases apresuró el hundimiento de la dinastía de los Ri y
señaló la última página de la historia medieval de Corea.
La
historia moderna de Corea se extiende desde la segunda mitad del siglo XIX,
cuando el régimen feudal comenzó a hundirse, hasta el levantamiento popular de
marzo de 1919, que marcó el fin del movimiento nacionalista burgués.
La
época moderna representa en la historia de Corea un período de crisis nacional,
caracterizado por la colonización de la Corea feudal por el colonialismo
europeo y el sometimiento de la soberanía coreana, y una época agitada de lucha
antiimperialista y antifeudal salvadora de la independencia y la soberanía
nacionales.
A
mediados del siglo XIX las rebeliones campesinas extendidas por todo el país,
las invasiones extranjeras y la acción de los misioneros católicos agravaron la
crisis de la dinastía de los Ri. En 1864, tras la muerte del rey Coldjong,
llegó al trono el rey Kodjong, que efectuó una serie de reformas para resolver
la crisis que afectaba al estado feudal en los aspectos político, social y
educativo, así como en el económico y en el ejército.
En
cuanto a las relaciones exteriores, aplicó estrictamente la política de «puerta
cerrada» y rechazó las proposiciones de Japón para establecer relaciones
diplomáticas y los intentos de las potencias colonialistas para acordar
relaciones comerciales con Corea.
Esta
política provocó reacciones en el seno mismo de la corte y, en 1873, la reina
Min, esposa del rey, tomó el poder. A partir de entonces se produjo un
enfrentamiento civil que condujo al estado coreano a su ruina y a la
intervención extranjera.
El
gobierno de Min practicó una política de «puerta abierta» y, en 1875, los
japoneses iniciaron su penetración en Corea e impusieron un tratado de amistad
coreano-japonés. A comienzos de la década de 1880 se concluyeron también
«tratados desiguales» con Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y
Rusia.
En
los años finales del siglo XIX se produjeron varios levantamientos internos. En
1882 los militares de Seúl se rebelaron contra la presencia extranjera y la
opresión feudal, pero la falta de toma de conciencia y de organización llevaron
al fracaso la insurrección de las tropas, aunque el levantamiento llegó a tener
una gran importancia, ya que fue la primera gran lucha dirigida a la vez contra
Japón y el sistema feudal.
En
1884 estalló una revolución de carácter burgués para modernizar el país integrada
por jóvenes intelectuales y funcionarios progresistas que habían formado un
partido, pero los sectores reaccionarios y conservadores acabaron por imponerse
a este primer intento de revolución burguesa en Corea.
En
1894 la rebelión de los campesinos de Kobou dio lugar a una gran guerra
campesina que se extendió por todas las regiones meridionales. Intervinieron
entonces los japoneses con el pretexto de salvaguardar sus intereses en Corea,
cuyas tropas expulsaron a los chinos, provocaron la guerra chino-japonesa y
reprimieron la rebelión campesina. Comenzó así la transformación de Corea en
una colonia japonesa.
Desde octubre de 1895, tras la muerte de la reina Min, Japón intensificó
su injerencia sobre el gobierno feudal coreano y obtuvo concesiones económicas,
y tras la guerra ruso-japonesa, en 1905, impuso al gobierno coreano un tratado
de protectorado.
En
1907 los japoneses recurrieron a un nuevo tratado de siete puntos sobre el
gobierno coreano, al que privaron de sus derechos administrativo, legislativo,
financiero y político y de su ejército. Finalmente, en agosto de 1910, los
japoneses ocuparon Corea, que transformaron en colonia.
GRUPO
12 África
El
siglo XIX marcará a África de una manera incuestionable. Independientemente de
las evoluciones internas, el continente entero quedó afectado por la llegada de
los europeos. A lo largo de ese siglo, ingleses, franceses, alemanes, belgas,
portugueses, italianos y españoles desembarcaron en sus costas, fortificaron
sus establecimientos e invadieron territorios.
De
forma desordenada, a comienzos del siglo XIX, su implantación se estructura
rápidamente hasta la celebración de la conferencia de Berlín (1884-1885). Desde
entonces, se intenta hacer de manera más regulada, hasta que un grupo de países
europeos se apoderaron de la totalidad del continente africano. Esta invasión y
ocupación provocó diversas reacciones entre los estados y pueblos africanos.
Africa a comienzos del siglo XIX
1)
África occidental. En la región sudanesa del África occidental, los territorios
de Senegal y Mauritania se distinguían a comienzos del siglo XIX por la forma
elaborada de sus estructuras sociales. Las poblaciones se agrupaban en tribus,
eran nómadas y practicaban el comercio. Entre las sociedades senegambianas,
además del comercio interior, se daba el tráfico de esclavos.
Hacia el sur, y ligeramente hacia el este, se encontraban los países
peules musulmanes, Futa Djalon y Futa Toro, gobernados por un poder teocrático
sostenido por los musulmanes. Hadj Omar (1797-1864), de Futa Toro, declaró la
guerra santa contra otros estados africanos y contra los franceses, y tomó
Tombuctú en 1863.
Más
hacia el interior, los estados voltaicos están constituidos por los reinos
mossis. Su estructura política se encontraba muy centralizada, con conflictos
derivados de los intentos de expansión territorial y rivalidades entre los
dignatarios y los reyes.
Los
estados hausas se componían de ciudades muy ricas, situadas en las fronteras
occidentales de Bornu, y eran el centro de las rutas caravaneras que
atravesaban el desierto. Los países hausas estaban divididos en numerosos
estados, todos autónomos y rivales, sobre los que estaba extendido el islam, y
que estaban poblados también por los peules.
Un
peule musulmán desempeñó un importante papel en el renacimiento del islam en el
Sudán occidental y en el enfrentamiento con los franceses: Usmán dan Fodio
(1754-1817). Sus ideas renovadoras se propagaron rápidamente por los países
hausas, donde estalló una gran rebelión dirigida por Fodio. Poco antes de
morir, dividió su reino entre su hijo y su hermano, y su movimiento se extendió
por todos los países hausas.
El
imperio de Bornu, musulmán, fue atacado por Fodio, que acusaba a sus dirigentes
de no ser solidarios con la guerra santa desplegada en los países hausas.
Mohammed al-Kanemi organizó la resistencia, dirigió Bornu hasta 1845 y practicó
una política exterior abierta hacia Trípoli y Uadai. Este estado, a comienzos
del siglo XIX, inició o consolidó algunas rutas nuevas hacia Egipto y hacia
Benghasi. El sultanato de Uadai, como el de Darfur, vivía esencialmente del
comercio de esclavos y de las minas de cobre.
Los
países costeros de África occidental guineana mantenían un activo comercio con
los europeos centrado en los esclavos, el aceite de palma, la madera y el oro.
Entre aquellos países se había constituido el estado ashanti, a lo largo del
siglo XVIII, en los alrededores de Kumasi.
Tras
un período de las guerras internas, el rey Ossei Toutou controló las rutas
comerciales que partían de la costa y el reino ashanti se enriqueció gracias al
tráfico de esclavos. En 1806 los ashantis desplegaron una primera expedición
para conquistar la zona costera y en 1824 atacaron la Sierra Leona británica.
A
comienzos del siglo XIX el reino ashanti ocupaba una posición clave en la ruta
de los intercambios comerciales y representaba una gran fuerza en África
occidental. El país estaba entonces dirigido por Ossei Bonsu (1801-1824), que
utilizaba para su administración a funcionarios civiles y militares. Tras un
período de calma en relación con los británicos, los ashantis intentaron nuevas
incursiones hacia la costa en torno a 1864, hasta que se le impuso un
protectorado en 1897.
Sierra Leona fue un país creado por la expansión colonial. En 1787 el
primer grupo de esclavos liberados llegó al país, que se transformó en un
verdadero centro de recepción de los esclavos enviados por los países europeos
y americanos. Las estructuras sociopolíticas de Sierra Leona fueron inspiradas
por los protestantes británicos, que desarrollaron una civilización peculiar
con los descendientes de los esclavos liberados.
Liberia también fue creada por los occidentales, al ser desembarcados y
establecidos en el país los esclavos liberados enviados por los norteamericanos
en 1821. La Constitución y la república del nuevo país fueron proclamadas en
1847.
Dahomey fue un reino que creció a lo largo del siglo XVIII por el
tráfico de esclavos. Hasta el ascenso al poder del rey Guezo, en 1818, el reino
de Dahomey hubo de hacer frente a dificultades de diverso carácter: conflictos
internos y amenazas exteriores. Durante el siglo XVIII las guerras con los
yorubas debilitaron el país y, en 1821, consiguió liberarse del poderío del reino
yoruba de Oyo. El rey Guezo se esforzó en reemplazar los recursos obtenidos del
tráfico de esclavos por el comercio de aceite de palma.
Los
reinos yorubas habían abandonado ya la grandeza del siglo XVI. A finales del
siglo XVIII y comienzos del XIX los levantamientos internos se multiplicaban en
el reino de Oyo y las rutas comerciales estaban controladas por el reino de
Abomey, contra el que los otros reinos yorubas estaban en guerra.
Estas alteraciones internas de los reinos yorubas estaban motivadas por
la influencia religiosa islámica. El norte de Oyo se vio afectado por la
expansión de los ejércitos de Usmán dan Fodio y el reino se disgregó como
consecuencia de los conflictos internos y de la presión exterior.
Los
territorios situados sobre el delta del río Níger practicaron hasta comienzos
del siglo XIX el comercio de esclavos, que después fue sustituido por el de
aceite de palma. La explotación comercial europea no comenzó realmente hasta el
decenio de 1860, y desde ese momento la navegación comercial se impuso sobre el
río Níger, en cuyo interior se mantenían los reinos de Segu y Kaarta.
GRUPO
13 África oriental
El sultanato Funj había perdido a finales del
siglo XVIII la mayor parte del poderío que había tenido en el XVI. Si bien su
ejército seguía siendo importante, había tenido que abandonar Nubia y Kordofan;
además, el comercio con el mar Rojo se había reducido. La decadencia del
sultanato se agravó en la primera mitad del siglo XIX, cuando Mehmet Alí se
aseguró el control del mar Rojo.
A lo
largo del siglo XIX, y gracias al comercio del golfo de Adén y a una cierta
renovación política, el reino de Etiopía se recuperaba de sus problemas
internos anteriores, cuando se había producido la diferenciación entre las
regiones de Tigré, Gondar y Ghoa, dominados por el negus Teodoro II. A finales
de siglo, durante el gobierno de Menelik, el reino alcanzó la unificación.
El
sultanato de Zanzíbar fue, durante el siglo XIX, el más importante mercado de
esclavos y de marfil. La isla, situada bajo la autoridad del sultán de Omán, se
transformó en el centro del sultanato en 1832.
Said
ibn Said hizo de Zanzíbar un centro comercial y marítimo y autorizó la apertura
de consulados a los británicos entre 1837 y 1844, al mismo tiempo que se
establecían en la isla banqueros y comerciantes indios. La esclavitud fue
abolida oficialmente en Zanzíbar en 1873, aunque se mantuvo durante algún tiempo,
y el comercio de marfil continuó suministrando trabajo. Al final, Inglaterra
impuso su protectorado.
Los
reinos interlacustres de Bunyoro, Urundi, Buganda, Ruanda y Ankolé sufrieron la
influencia árabe antes que la europea, y la acción de los misioneros cristianos
fue muy reducida ante la presencia del islam. La población era importante, con
densidades elevadas, y eran reinos estables, ricos y muy centralizados.
Desde Tanganika, los nyamwezis se extendieron por África oriental
durante el siglo XIX. Dedicados al comercio, se impusieron como resueltos
intermediarios entre la costa y las poblaciones del interior y desarrollaron
mercados en Tanganika, Buganda y Katanga. Al oeste del lago Nyassa se
encontraban los malawis, agrupados bajo pequeños reyezuelos.
3)
África central. El estado más importante de esta región era el reino del Congo,
aunque desde finales del siglo XVIII había perdido la mayor parte de su poder.
Había desaparecido ya su estructura basada en una jerarquía sólida, y las
regiones vasallas se habían desmembrado, aunque algunas, como Angola, estaban
en manos de los portugueses.
El
reino de Kazembe controlaba en el centro de África las rutas comerciales entre
el este y el oeste del continente. Este estado alcanzó su apogeo durante el
reinado de Kazembe III (1760-1805) gracias a las riquezas de la región, como el
cobre de Katanga. Comerció tanto hacia el Atlántico como hacia el Índico y
estableció relaciones con otros pueblos africanos y con los portugueses.
4)
África austral.
El
pueblo que vivía en los territorios de África austral, los ngonis, estaba
compuesto por los zulúes, los xosas, los tembus y los pondos. El reino zulú era
el más importante de todos, habitado por agricultores, cazadores y pastores.
Los zulúes no practicaban ningún tipo de comercio con el exterior. El rey
Dingiswayo, que accedió al poder a finales del siglo XVIII, desarrolló el
sistema educativo y situó en primer plano la instrucción militar.
Le
sucedió Chaka (1816-1828), que reformó el estado y creó un poderoso ejército
que hizo frente a los ingleses; Chaka fue sucedido por Dingane (1828-1840). Más
al sur, la región de El Cabo estuvo poblada originalmente por bosquimanos y
hotentotes, que fueron desplazados por los bantúes, a su vez dominados por los
holandeses (bóers) y los británicos.
Los
reinos más poderosos en Madagascar, durante el siglo XVIII, eran los sakalaves.
Desde finales de ese siglo los reyes de la dinastía merina emprendieron la
unión y conquista de toda la isla bajo su autoridad. A finales del siglo XIX la
isla pasó a ser un protectorado de Francia.
GRUPO 14
Oceanía
A partir del siglo XIX el océano Pacífico
también fue escenario para la expansión europea, aunque muy paulatina. Las
principales características que ofrece la expansión occidental en el Pacífico
son las siguientes:
1)
Ausencia de intereses estratégicos de primer orden. No hay ningún punto clave
que sea necesario mantener y sólo había una cierta necesidad de conseguir bases
de aprovisionamiento para los vapores o para la instalación de los cables de
telégrafos submarinos, para lo cual se podía escoger entre numerosas islas.
2)
Australia y Nueva Zelanda tienen importancia determinante para la expansión de
los imperios coloniales. Estos gobiernos actúan en ocasiones por cuenta propia
y crean conflictos a los que se ve abocada la metrópoli sin haberlo pretendido.
3)
Los intereses económicos existentes son pequeños, la población es escasa y el
terreno es muy pobre.
4)
La negociación diplomática entre las potencias tendrá un papel importante en la
proclamación de protectorado o la anexión final de los territorios y, en
consecuencia, en los territorios que finalmente serán de cada imperio.
Los
imperios en el Pacífico
El
desarrollo de los imperios coloniales en el Pacífico y de las propias tensiones
entre ellos, hará que la evolución en este espacio sea un pequeño laboratorio
de lo que ocurre en el planeta. En la década de 1830 comenzó a aparecer en el
océano una pequeña actividad comercial francesa, junto con una expansión
inglesa desde Australia, principalmente en dirección a Nueva Zelanda, impulsada
por las empresas británicas de colonización.
Como
el Reino Unido y Francia eran las dos únicas potencias con fuerza, los nuevos
territorios se incorporaron más por el empuje colonialista de sus súbditos que
por una estrategia premeditada.
Las
negociaciones políticas hicieron permanente lo que había comenzado como una
actuación coyuntural, y en contrapartida a la anexión británica de Nueva Zelanda,
Francia impuso un protectorado a las islas Marquesas. La etapa de competencia
franco-inglesa en la expansión colonial fue frenada desde las metrópolis con la
declaración de Londres (1847).
El
tratado entre Francia e Inglaterra tuvo una validez de treinta años; en este
tiempo, las dos potencias mantuvieron un equilibrio de poder y las anexiones
territoriales fueron escasas: Nueva Caledonia, como establecimiento penal y
base naval francesa, y Fidji, por el grave deterioro del orden interno, que no
podía atajar la monarquía local.
El
equilibrio de los imperios coloniales se quebró a partir de la década de 1870
con la unificación alemana. Mientras que el frágil equilibrio de poder se
mantuvo, las principales potencias coloniales no desearon anexiones
territoriales y hubo posibilidades de acuerdos mutuos. Así ocurrió en Samoa,
donde Reino Unido, Alemania y la Estados Unidos apoyaron conjuntamente al
gobierno indígena.
En
la década de 1880 se rompió el equilibrio y en 1883 Von Bismarck decidió apoyar
las anexiones territoriales, tanto por razones económicas como para que esta
política sirviera para cohesionar internamente el país.
En
el Pacífico, una declaración de soberanía británica sobre el territorio
oriental de Nueva Guinea, promovida por el gobierno de Queensland (Australia)
supuso el estallido de la crisis política. Las negociaciones entre Inglaterra y
Alemania terminaron con el intercambio de notas de 25 y 29 de abril, por el que
se repartieron el océano en áreas de influencia, completadas con el acuerdo
franco-alemán de 1883.
Alemania obtuvo el control de la costa noreste de Nueva Guinea y los
archipiélagos de Nueva Bretaña, Nueva Irlanda, Almirantazgo y parte de las
Salomón. También se convino que entraran dentro de la esfera alemana las islas
sobre las que España tenía una dominación meramente nominal, pues no había
hecho acto de soberanía efectiva.
Reino Unido incluyó en su esfera de dominación la zona sur de la
correspondiente a Alemania en Nueva Guinea, las islas al este, las más
meridionales de las Salomón, las Gilbert y las Ellice. Francia obtuvo el
reconocimiento del protectorado establecido sobre las islas del archipiélago de
Sotavento, considerado importante para el mantenimiento de Tahití, y Rapa, cuya
anexión también fue reconocida.
La
guerra hispano-estadounidense de 1898 marcó una nueva etapa en la dominación
colonial en el océano Pacífico, pues supuso la entrada de un nuevo imperio,
Estados Unidos, la desaparición de España del área y la adscripción de los
pocos territorios que aún quedaban libres (Samoa, Hawaii, Nauru y Cook).
Hasta entonces, Gran Bretaña poseía Australia y Nueva Zelanda, el
sureste de Nueva Guinea, las islas adyacentes, el sur de las Salomón, las
Gilbert, las Ellice y Fidji. Francia poseía Nueva Caledonia en la Melanesia y
los archipiélagos polinesios de Tahití, Marquesas, Sociedad y Tuamotu.
Alemania, la parte de Melanesia que le había correspondido de común acuerdo con
Londres, y las islas Marshall. España ocupaba las islas Marianas, las Carolinas
y Palaos. Holanda poseía la parte occidental de Nueva Guinea. Chile se había
anexionado la isla de Pascua y Japón el archipiélago de Ogasawara.
GRUPO 15 Australia y Nueva Zelanda
Australia y Nueva Zelanda, antes de la llegada de los europeos no tenían
semejanzas importantes, pero a partir del siglo XIX tienen una historia
conjunta por ser las principales colonias de población del Reino Unido.
Australia, donde lo primero que se había instalado, en 1779, había sido
una penitenciaría, llegó al siglo XIX como uno de los principales y más ricos
estados del planeta. En un principio, el desarrollo de la colonia se basó en la
exportación de la lana de vellón y en la autonomía de gobierno de los
gobernadores de Nueva Gales del Sur.
A
partir de 1840 dejaron de llegar los convictos a Australia y en la década
siguiente hubo una explosión de emigrantes en Australia por el descubrimiento
de oro. Poco a poco se creó un sentimiento de nación australiana entre los
habitantes de los distintos estados, una vez que todos los gobiernos se habían
hecho autónomos, y en 1901 se aprobó la fundación de la Comunidad Australiana,
independiente de Londres.
Nueva Zelanda nació en 1840, cuando el gobierno británico, con el deseo
de preservar a la población indígena de estas islas, los maoríes, firmó el
tratado de Waitangi por el que se les reconocía sus propiedades y terrenos, así
como los beneficios de la ciudadanía británica, a cambio del control de una
parte de la isla del norte.
Las
relaciones con los maoríes empeoraron y en 1860 estalló la guerra en el
distrito de Taranaki, en la isla del norte, en la que durante doce años los
indígenas demostraron su inteligencia para guerrear y para unirse contra el
invasor. El tratado de paz originó un mayor respeto a los indígenas y a unas
relaciones en las que la venta de tierras de maoríes y otros posibles
perjuicios serán más controladas por el estado.
En
1870 se pidió a la metrópoli la autonomía colonial, y con el gobierno de Julius
Vogel se formó una conciencia nacional y se fortaleció el poder del gobierno
central por medio de un programa de obras públicas. El impulso estatal en la
economía del país se incrementó con la victoria del partido laborista en 1891,
y en 1900 la colonia ya tenía cerca de un millón de habitantes.
Filipinas
Cuando en 1820 el rey español Fernando VII juró respetar la Constitución
de Cádiz, el gobernador Fernández de Folgueras recibió la orden de que el
pueblo filipino jurase acatamiento y fidelidad a la Constitución y de que se
eligieran los delegados filipinos para la próxima sesión de las Cortes.
Un
decreto de 1837 ordenó que las provincias ultramarinas, incluidas las islas
Filipinas, habrían de gobernarse por leyes especiales. Los filipinos comprendieron
desde ese año que habían dejado de ser una provincia y que se convertían en
colonia.